Puentes de Amaya, al igual que otros ejemplos como Perros o Ceniceros, además de estar deshabitado está completamente abandonado. En unas pocas décadas quedará solo en la memoria de las personas y los libros, y tal vez ni eso.
Según Madoz el pueblo contaba con 50 habitantes a mediados del siglo XIX. A partir de aquí nos basamos en la información del libro "Los pueblos del Silencio" de Elías Rubio. Aunque la población descendió muy rápidamente en los años 50 y 60 del siglo XX, los últimos habitantes aguantaron hasta 1973. La luz eléctrica les llegó en los últimos estertores de la vida del pueblo, y fue cortada por falta de pago.
El aislamiento y la falta de alternativas, como en muchos otros lugares, fueron los causantes de la marcha de la gente. No obstante existe en la memoria de los lugareños la creencia en que fue una invasión de culebras que dio la sentencia definitiva, amparadas en las ya por entonces abundantes casas abandonadas.
Es evidente que alguien mantiene la fuente tradicional
Imágenes de la antigua iglesia.
En Youtube existe un documento de gran valor. Sendos vídeo grabados por tío y sobrino en los que se compara el estado actual de las ruinas con el que tenía en los años ochenta.
Hozalla se encuentra en la cara sur del valle de Losa, en la ladera de los montes que hacen límite con Álava. Los primeros edificios nos informan claramente del abandono del lugar.
Lo que queda de la iglesia.
Un edificio que se quedó en las primeras fases de restauración.
De este otro aún se podría sacar una casa interesante.
Sin embargo, otras casas ha sido acondicionadas como segundas viviendas.
Este pueblo nunca debió ser demasiado populoso. Según los datos del diccionario de Madoz, Hozalla contaba a mediados del siglo XIX con quince personas. El mismo diccionario nos cita además dos fuentes de buenas aguas, una dentro de la población y otra en el término y una iglesia parroquial de Santa María Magdalena. Según esta fuente el terreno es de ínfima calidad y a la parte norte se encuentra un monte denominado el Toyo que sólo cria pinos de mala clase. Cruzaba entonces el pueblo el camino que desde La Rioja se dirigía a la montaña de Santander, aunque ya se encontraba en muy mal estado.
Los datos demográficos en 1900 eran de 55 habitantes y en 1950 de 58. A partir de entonces se debió sufrir la tan repetida emigración. Hoy figuran en el padrón 4 habitantes. Como en muchos otros casos, la guía para conocer más sobre el devenir de este pueblo la tenéis en el excelente libro "Los pueblos del Silencio", de Elías Rubio. Allí podréis conocer, entre otras muchas cosas, el estremecedor final de su último habitante en 1982.
En las fotos no se aprecia, pero en la cumbre de la loma existe una extraña estructura metálica. Por internet he descubierto que se trata de una "presa eólica". En este link podéis saber algo mas.
Tal y como indicamos hace unos días, la humilde ermita de la virgen del Sol se encuentra en la vertiente sur de la Peña de Carazo, apenas a unos metros del nacimiento del río Mataviejas. La imagen es la patrona del pueblo de Carazo y cada año tiene lugar una sencilla romería a finales de Agosto.
Esta curiosa advocación parece ser una reminiscencia de los tiempos prerrománicos, época en la que el sol era considerado como una deidad. La teoría se ve apoyada por la presencia de castros de los turmogos en la cima de Carazo.
Pero si me he decidido a dedicarle una entrada a esta ermita es por una interesantísima leyenda asociada recogida en la Revista de Folklore, que a su vez explica el nombre del río Mataviejas, y que me permito recoger a continuación.
"Era a mediados del siglo XI: Fernando I el Magno, acababa de unir bajo un mismo reino a Castilla y León, Asturias y Galicia. Viendo Fernando pacificados sus reinos después de la batalla fratricida de Atapuerca, comenzó a hostilizar a los reyes moros de Badajoz y Saracostha y se decidió resueltamente a poner cerco a Gormaz, plaza la más fronteriza de los Beni-Hud de Zaragoza.
Acostumbraba el Rey aconsejarse en todas sus empresas del ya entonces venerado y célebre Abad del convento de Santa María y San Sebastián de Silos, que debía dar más tarde su nombre de Domingo al célebre Monasterio; y con intento de pedir consejo y ayuda al Santo para tan ardua empresa envió como mensajero a un joven noble caballero de indudable valor y cristiano heroísmo. Su nombre era Rodrigo, apellidado entonces por su defecto de la lengua el Ceceoso, el mismo acaso que debía después inmortalizarse con el título del Cid Campeador Ruy de Vivar.
Volvía Rodrigo contento de entrevistarse con el Abad, cuando al llegar a las últimas estribaciones de la peña de Coba, salieron a su encuentro dos míseras ancianas que le invitaron a él y a sus gentes a tomar un descanso y refrigerio. No sabían los guerreros la triste fama de hechiceras que tenían las viejas en la comarca (y que habían sido anatemizadas por Domingo, quien veía en ellas dos viejas brujas aliadas de la morisma, espías que acechaban a los cristianos para ponerlos en manos de sus enemigos).
Engañados Rodrigo y su gente se dejaron conducir a unos prados amenísimos. Allí disfrutaron de su frescura, muy relajados y descuidados. De pronto suenan a sus espaldas trompas y voces de combate, y ven que desde lo alto de la montaña se precipitan sobre ellos las huestes enemigas de la morisma: eran los de Gormaz que guiados por las malditas hechiceras, creían hacer de los cristianos fácil y segura presa. «¡Traición!», gritó el Ceceoso, y en un instante saltan los cristianos a sus caballos, empuñan las armas y se disponen a la defensa. Pero el enemigo es numeroso y bien apercibido; caen como un alud sobre los nuestros, quienes oponen en un principio fuerte oposición; Rodrigo hace prodigios de valor; pero al fin los cristianos se ven cercados y acometidos por todas partes; cortada la retirada, o se rinden o intentan un supremo esfuerzo.
Rodrigó reunió a sus valientes; el sol iba acercándose a su ocaso y ya las sombras de la peña Coba venían avanzando sobre el llano. No había más recurso que forzar a los enemigos y buscar refugio en la plaza más próxima. Silos era el lugar más idóneo. Precisamente en aquel instante el astro del día parecía señalar desde las alturas el camino del Monasterio, y Rodrigo indicando a su gente el rumbo de salvación que debían seguir dio la señal de avance con estas solas palabras: «¡Cara al zol!». «¡Cara al sol!», repitió la pequeña hueste, y ya iban a precipitarse contra las filas enemigas, cuando en lo alto del cielo se advirtió un extraño fenómeno. El sol, cuyos rayos se iban amortiguando, pareció revestirse de nuevo brillo, y alzando los ojos los moros y cristianos vieron aparecer ante el astro del día un globo de brillantísimas luces, y en medio de él como sobre lunática nube una señora de celestial majestad y hermosura: era la Auxiliadora de los cristianos que venía a socorrer a sus hijos.
Ante ella, huyen los mahometanos; los cristianos les persiguen hasta las puertas de Gormaz y ayudados por nuevos guerreros que se les unen en el trayecto, ponen cerco a la plaza. Rodrigo en persona comunica al Rey la buena nueva, pero no olvida el favor de la Virgen y la traición de las hechiceras y vuelve al lugar de los hechos. Las viejas habían muerto, pues queriendo huir cayeron en el torrente que atravesaba la llanura, donde perecieron miserablemente, dando su nombre al riachuelo que hoy se llama Mataviejas. En el lugar del combate se edificó una villa fuerte, que para conmemorar el grito de guerra empleado por Rodrigo, denominóse Carazol (Carazo) y sobre el mismo sitio de la celestial aparición de la María se erigió un santuario con la advocación de Nuestra Señora del Sol" "
A decenas de kilómetros de cualquier otro especimen, en un área de climatología claramente seca, sobre suelo árido, y con pendientes superiores al 50%, se levanta este bosquecillo de tejos con cerca de 300 pies.
El milagro lo produce su orientación norte, una altitud en torno a los 1300 metros y la protección de los cantiles de Peña Carazo, lo que les confiere mayor humedad y evita la insolación característica de los parajes inmediatamente anexos.
Esta tejeda tiene otras peculiaridades. En primer lugar es pura en cuanto que los árboles no aparecen mezclados con ninguna otra especie arbórea; en segundo lugar, la ausencia de ejemplares de porte añoso y, en tercero, que prácticamente en todos los casos se observen múltiples ramificaciones, que llegan hasta el suelo.
Este hecho, junto con la potente regeneración observada (existen múltiples ejemplares jóvenes) parece obedecer a su complicado acceso y al retroceso de las actividades pastoriles.
Al parecer, hasta hace unos cincuenta años, los vecinos de pueblos cercanos subían al lugar para cortar ramas para el Domingo de Ramos. Tal vez por ello estén ausentes ejemplares centenarios y la recuperación que ahora observamos tenga su comienzo en aquella época. No obstante la actual tendencia al cambio climático significa, en mi opinión, una grave amenaza para estos ejemplares únicos.
En esta ruta subimos esta emblemática altiplanicie del tercio sur burgalés. Además de las vistas desde la cima se disfrutan de otros elementos de interés que desgranaremos a lo largo de la descripción.
Dificultad: Media (salvo el acceso a los Tejos, que es duro)
Orientación (sin GPS con track o cartografía): Media (dificultades concentradas en la segunda mitad)
Belleza: Normal
Tiempo y distancia: 4 horas y 45 minutos (15 kilómetros).
Situación.
Saldremos de Burgos en dirección sur por la A-1 y la carretera de Soria. Pasados unos cincuenta kilómetros y poco antes de Salas de Los Infantes encontramos el desvío que hacia la derecha conduce a La Revilla y Ahedo.
Puntos de Interés
Escarpes de Peña Carazo y San Carlos. Tejos. Vistas desde la cumbre. Fuente de la Mora. Ermita de la Virgen del Sol. Sabinares. Robledal.
Descripción de la Ruta
El pueblo de Ahedo, que conserva influencias constructivas de la zona serrana, se encuentra a más de 1000 metros de altitud, lo que facilita el ascenso de hoy. Buscamos la calle que se encuentra detrás de la iglesia, a su lado izquierdo, en donde localizamos el cartel indica el camino por el que se asciende al monte.
Tras unos pasos nos encontramos con un cruce, en el que tomaremos la opción derecha. Los siguientes metros son un poco confusos, pero si continuamos ascendiendo volvemos a ver claro por donde continúa el recorrido. El camino, convertido ahora en una senda, asciende suavemente hacia el lado derecho de la peña, buscando el collado que la separa de la cima acastillada de San Carlos.
Por encima de nosotros, justo por debajo de la ceja rocosa que culmina la peña, vemos la línea verde oscura y discontinua formada por un sorprendente bosque de tejos, de gran valor puesto que nos encontramos muy alejados de su zona de distribución tradicional.
Apenas unos minutos de ascenso nos llevarán hasta un rústico mirador que nos permite contemplar los pueblos del entorno de Salas de los Infantes y más al fondo la cara sur de las sierras de la Demanda y Neila.
Seguimos ascendiendo con suavidad hasta que pasado kilómetro y medio se nos incorpora por nuestra derecha un camino más marcado. Nos encontramos justo bajo el último ramillete de tejos, y desde este punto podemos decidirnos por alcanzar los mismos o continuar por el camino.
Tomamos la primera opción lo que nos obliga a un esfuerzo considerable para salvar los más de 100 metros de desnivel por una pendiente muy marcada y con piedra suelta que dificulta aún más el ascenso. La recompensa es poder estar junto a estas reliquias de un clima más húmedo. Los ejemplares que contemplamos, aunque de una altura aceptable, no muestran grandes troncos, sino una forma de llama de vela que pareciera habérseles contagiado de las sabinas y enebros circundantes.
Podemos optar por descender al camino, pero para sacar mejor provecho de nuestro anterior esfuerzo optamos por continuar sin perder altura. Pese a la incomodidad y cierto riesgo de resbalar, no se encuentran demasiadas dificultades en llegar hasta el collado que anteriormente mencionamos, punto en el que volvemos a confluir con el camino.
Si nos situamos en el punto más alto de este collado, podemos buscar la ruta de ascenso a Peña Carazo, que resulta ser más sencilla de lo que aparenta. Los últimos metro transcurren por una grieta entre rocas. Enfrente de nosotros, el San Carlos, apenas unos metros más bajo que Carazo, que por su especial configuración fue utilizado como castillo desde época prerromana hasta las guerras carlistas.
Los primeros metros de Carazo muestran claramente los efectos del modelado cárstico, con grandes grietas. Como no hay sendero y el avance no es especialmente complicado, podemos decidirnos por avanzar a nuestro gusto, teniendo en cuenta que no es recomendable caminar por lo cortados entre los meses de enero y junio, para no alterar a la numerosa comunidad rupícola de la zona.
Por nuestra parte nos decidimos por alcanzar el punto culminante de la peña, con 1456 metros, que se encuentra hacia nuestra derecha. Desde aquí se tienen grandes vistas hacia el sur y oeste provincial. A continuación nos vamos desplazando paulatinamente hacia el lado izquierdo de la peña, transitando por el extenso sabinar que cubre la meseta. Los árboles son de limitado desarrollo debido a la pobreza del terreno, salvo en puntos con algo más de cubierta vegetal.
Alcanzado el extremo norte, buscamos algún punto desde se contemplen los tejos, labor un tanto difícil por la configuración del frontal rocoso. Completada esta tarea volvemos al lado sur de la peña, hasta el punto donde aparecen dos grandes conos de derrubio que le dan a la peña, vista desde arriba, el aspecto de un riñón o una alubia. Buscamos en el primero de ellos, el más pequeño, la senda que marcada con montoncitos de piedras afronta el pronunciado descenso.
Realizamos el mismo con gran rapidez, ayudados en algunos tramos por la técnica de descenso de pedreras. En los últimos metros confluimos con el cauce de un arroyo seco, el cual se ve alimentado por un par de manantiales en su base. Uno de ellos, acondicionado con una pequeña fuente, es la fuente de la Mora, con una leyenda que ya contamos en este blog. Este es un buen lugar para tomarnos un descanso.
Junto a la fuente se encuentra el depósito de agua que da servicio al pueblo de Carazo, y un camino de acceso al mismo, pero nosotros buscamos una vereda que nace hacia la derecha de la fuente ascendiendo un poco. Lo que estamos buscando es el edificio blanco de la ermita de la Nuestra Señora del Sol, que se encuentra a apenas unos 200 metros. Hablaremos de esta curiosa advocación en otro momento. En todo caso el valor artístico del templo es muy escaso.
Tomamos ahora sí por el camino de servicio de la ermita a la busca del cercano pueblo de Carazo, que ya llevamos viendo desde hace tiempo. En realidad los conos de derrubio y la fuente de la Mora representan el nacimiento del río Mataviejas, un afluente del Arlanza de curioso nombre que forma algunos desfiladeros de interés, además de bañar el caserío de Santo Domingo de Silos.
Caminamos por tanto a la vera de incipiente Mataviejas hasta llegar a Carazo. A la altura de sus primeras casas tomamos la carretera que comunica Silos con Hacinas, en dirección a este último, pero apenas a unos 200 metros la dejamos por un camino que nace a su izquierda, a la altura de una curva.
Este camino gana un poco altura y acaba muriendo junto a unas abandonadas colmenas. En la misma dirección sigue un desdibujado camino respecto al cual deberemos prestar mucha atención para no perderlo. Como referencia indicaremos que no pierde altura, incluso va ascendiendo poco a poco. En realidad parece ser lo que queda de un antiguo camino, tal y como indican los restos de muros de contención que observamos de vez en cuando.
Guiados por el sendero vamos bordeando la peña Carazo, que por este tramo parece tener más de roca arenisca que de caliza. Tras más de dos kilómetros aparece bajo nosotros una cantera y poco después el pueblo de Villanueva de Carazo. En este punto descendemos sin sendero hacia el camino que da servicio desde el pueblo a la cantera.
Llegamos al pueblo pero no entramos en el mismo, sino que caminamos por la calle que separa las casas del monte. Sobre nuestras cabezas observamos unos pocos fantasmagóricos y centenarios robles. De esta manera dejamos atrás las casas y pasamos por una semiabandonada dehesa hasta llegar a un claro en donde se localiza una especie de refugio. Desde aquí la continuación de nuestra ruta se hace bastante compleja para el que no disponga de GPS en el que pueda cargar el recorrido. En la sección comentarios os daré una alternativa que creo que resulta más clara.
A nuestra derecha aparece un pilón junto al que continúa un sendero. La dehesa continúa unas decenas de metros hasta que acaba al pasar una valla ganadera. Al poco encontramos unas tierras de labor que atravesamos sin sendero fijo. Pasada la segunda tierra volvemos a una nueva zona sin cultivar y al poco vemos un camino que asciende hasta nuestra ubicación.
Seguimos por este camino hasta las cercanías de un pequeño manantial y frente a nosotros aparecen nuevas tierras que bordeamos por su parte superior. Aquí tenemos la suerte de ver unos corzos. Poco después asciende un nuevo camino que nos deja en una plantación de nogales. Caminamos a lo largo de la misma y al terminarla tomamos el camino que da servicio a la tierra y que en unos minutos nos deja en Ahedo, en el cruce que tomamos al principio del recorrido.
Comentarios
Si evitamos el ascenso hasta los tejos la ruta se simplifica bastante. El primer tramo complejo, a la salida de Carazo, se puede cambiar caminando unos tres kilómetros por la carretera hasta que alcanzamos un camino bastante marcado que nace hacia la izquierda y, que coincidiendo con el trazado del GR-82, creo que llevará sin demasiadas complicaciones a Villanueva.
Desde el claro en Villanueva en el que se encuentra el refugio podemos seguir por el camino principal unos tres kilómetros hasta llegar a la parte baja de Ahedo. La única diferencia respecto al trazado realizado parece ser que en este caso el paisaje se compone fundamentalmente de tierras de labor.
Aunque siempre es recomendable, en este recorrido es más necesario el llevar un calzado de cierta resistencia, debido a lo irregular del terreno en lo alto de Carazo. La ruta está basada, con ciertas modificaciones, en el recorrido descrito por Enrique del Rivero en el primero de sus libros de senderismo.
En este caso una serie de vídeos sobre Medina de Pomar, a los que podéis acceder desde aquí.
- Alcázar de los Velasco - Monasterio de Santa Clara - Ermita de San Millán - Casco Histórico - Iglesias - Fiestas y Ruta de Carlos V - Entorno Natural
Desde el mismo pueblo de Valdelateja parte un ramal bastante transitado de la ruta del Cañón del Ebro, y que en poco minutos conduce al despoblado de Siero y Castrosiero. El camino es muy agradable.
Apenas quedan restos de lo que fué la antigua población.
En 1900 la localidad contaba todavía con 44 habitantes. Sin embargo ya en los años 30 estaba despoblada, pues un artículo de Eduardo de Ontañón en la revista Estampa lo denomina "el pueblo de los muertos", pues se usaba ya solamente como cementerio de Valdelateja. Las dimensiones de lo que fué su iglesia, cuyos restos han sido consolidados, nos hablan de un pasado de cierto esplendor.
Pero lo que llama la atención de Siero es su peña de forma troncopiramindal que se eleva como vigía de los cañones del Ebro y el Rudrón, y en la que existe una antiquísima ermita.
Lo más característico es esta ventana con arco de herradura que lleva una inscripción:
"FREDENANDUS ET GUTINA. ERA DCCCXX"
"Fernando y Gutina, año 782"
Estos Fernando y Gutina serían segun la tradición los abuelos de nuestro emblemático conde Fernán González, teoría que los historiadores dan por falsa. La ermita presenta una sola nave de planta rectangular y ábside cuadrado. Sus muros son de mampostería y sillarejo y el arco del triunfo insinúa su primitivo trazado en herradura. En la primitiva iglesia aparecieron dos valiosas piezas: el ara del altar y un disco, ambos de piedra, adornados con distintos motivos religiosos, guardados actualmente en el Museo de Burgos.
La ermita lleva la advocación de las Santas Centola y Elena. Según la tradición Centola era una mujer de familia pagana residente en Toledo que abrazó la fe cristiana y para poder practicarla huyó a estas tierras de Burgos recibiendo acogida en casa de la cristiana Elena. Pero la persecución llegó hasta estas tierras y capturada Centola fue presa de horribles tormentos por no renegar de su fé. Centola fue incluso capaz de seguir predicando aún sin lengua, profetizando también el martirio de Elena. Estos hechos habrían acontecido hacia el año 304 de nuestra era.
Construida esta iglesia, aquí fueron depositados los supuestos restos de las mártires. En el siglo XIV los restos fueron trasladados a la catedral de Burgos, pero según se cuenta las cabezas permanecieron aquí. Todo esto son tradiciones sin ninguna base documental.
Lo cierto es que el carácter casi inexpugnable y la situación estratégica de castrosiero propiciaron que desde tiempos prehistóricos distintas gentes y culturas lo eligiesen para instalar en su cima puntos de vigilancia y defensa. Los romanos y sobre todo los visigodos siguieron utilizando la fortaleza natural de Castrosiero para controlar militarmente a los montañeses que vivían al norte del “limes” formado por el río Ebro. Es posible que debido al aislamiento del lugar permaneciese este pequeño núcleo durante la invasión musulmana y de ahí la fundación del templo a finales del siglo VIII.
También desde Castrosiero se controló en siglos posteriores, la intensa actividad repobladora que vivió esta zona del alto Ebro Burgalés. En su inaccesible peñasco estuvo instalado, como así lo atestigua un documento fechado en el año 945, el castillo del importante alfoz altomedieval de Siero. Con el tiempo y al desplazarse las fronteras hacia tierras más meridionales, perdió todo su valor estratégico y político y tuvo que ceder su capitalidad a la cercana localidad de Sedano.
Terminamos con unos breves versos dedicados a Siero por Bonifacio Zamora:
En un promontorio rocoso casi inaccesible que se eleva cual atalaya sobre el valle de Valdivielso y el río Ebro se erigen los evocadores restos del castillo de Toba de Valdivielso. De tamaño relativamente grande y con planta adaptada a lo escabroso del terreno, los restos constructivos parecen indicar una fecha de construcción en torno al siglo XIV. Cadiñanos atribuye su posesión a los Condes de Santa Gadea, que fueron los que edificaron el castillo de Sotopalacios.
Mientras que muchos asocian este castillo con el de Malvecino, recogido en la documentación altomedieval, otros ubican este último en algún lugar de la cara sur de la Tesla. En todo caso, sean o no el mismo, es bastante probable que ambos forman parte de la línea de fortificaciones defensivas que pudo servir para parar los pies en el periodo de invasión musulmana.
Cuenta el libro "Apuntes descriptivos históricos y arqueológicos de la Merindad de Valdivielso", escrito en 1930, que un vecino encontró aquí una barra de oro, que le sirvió para comprar casa y tierra. Existe una copla alusiva al lugar que representa muy bien su estado:
Este edificio, que se encuentra en la vertical de Toba de Valdivielso, casi en la culminación hacia el páramo, es lo que queda de la ermita de San Jorge, y pasamos junto a ella en la ruta descrita en nuestra anterior entrada. Como ocurre con la ermita de San Cristóbal, de la que hablamos hace ya algún tiempo, parece estar ubicada en un lugar con grandes perspectivas sobre el valle.
Tal y como podemos descubrir en el libro "Patrimonio Etnográfico del valle de Valdivielso", como en el caso de la ermita de la Virgen de la Hoz, hasta aquí también se ascendía con ocasión de la festividad del Santo, el 23 de Abril, tanto desde Toba de Valdivielso como desde Santa Olalla; y es que la festividad correspondía alternativamente a un pueblo y otro.
Hace ya unas cuantas décadas que la celebración tiene lugar en el llano, al parecer a medio camino entre ambos pueblos, mediante un acto en el cual se transfiere la imagen. Se entonan entonces los siguientes versos:
Espero que no sean pocos los lectores que hayan oído hablar del denominado Camino del Pescado, los restos de una calzada medieval que remontan en algo más de tres kilómetros los más de trescientos metros de desnivel entre el pueblo de El Almiñé y la Ermita de la Virgen de la Hoz. Esta antigua calzada, hoy sustituida en su práctica totalidad por asfalto, sirvió para el transporte de productos entre Castilla y los puertos de Santoña y Laredo.
Lo que no saben tantos es que justo donde nace la calzada, al término del barrio de Viñé (uno de los cuatro que forman El Almiñé), se encuentra la antigua ermita-mesón de "El Alba", y junto a ella la fuente medieval del mismo nombre. En este punto pernoctaban los arrieros y oían misa a primera hora, antes de afrontar la complicada subida. El edificio ha sido restaurado hace unos años.
La calzada medieval es testigo, cada primer domingo de mayo, del descenso de la imagen de Nuestra Señora de la Hoz. Son únicamente los mozos los que realizan el recorrido, y depositan la imagen precisamente en la ermita de El Alba, desde donde ahora sí todo el pueblo realiza la procesión hasta la preciosa iglesia románica del pueblo.
La imagen permanece en El Almiñé todo el mes de mayo; acabado el cual tiene lugar el trayecto inverso. En la ermita de El Alba, el grueso del pueblo realiza la despedida. En este segundo acto los vecinos de Los Altos también participan. Quiere la tradición que durante uno de estos trayectos cayó la virgen dejando una marca de su pié o costillas en el empedrado. Con el estado actual, cualquiera lo identifica.
La calzada, al menos en alguno de sus tramos, muestra signos de algunas tareas de limpieza y mantenimiento, aunque se está pendiente de una actuación más en profundidad que en teoría está aprobada hace más de un año.
En la próxima entrada describiré un interesante recorrido, el segundo de nuestro pequeño grupo, que incluye este tramo.