No voy mucho a San Pedro de Tejada, y ello pese a la inigualable belleza de este maravilloso templo. Tal vez sea porque sé que no necesita tanto ser difundido, tal vez por el dolor que supone el hecho de que la iglesia románica más interesante de toda la provincia sea propiedad privada.
Sí, ya sé que muy probablemente sin los Huidobro no se hubiese podido conservar, pero en ningún otro sitio tengo una sensación de humillación tal como la que transmiten los guías-propietarios del lugar. Nada que ver, por ejemplo, cuando visité
Santa María de Bujedo.
Aquí tenemos la entrada, ahora protegida por una verja que impide la visión exterior; tal vez para evitar expolios, tal vez para evitar que la gente tome fotos del exterior y no pase por caja. El edificio lateral es posterior, destinado a la recogida del pago de los diezmos de las posesiones del antiguo montasterio.
Vista del templo con la sierra de la Tesla al fondo. Lo más destacado son las formas armoniosas y la altura conseguida, gracias sobre todo al empleo en determinadas zonas de la piedra de Toba.
La portada concentra el mayor interés escultórico.
Destacan los frisos de los apóstoles. En especial este en el que aparece Cristo con san Juan dormido y Judas comiendo de su mano a la vez que roba un pez.
Un león luchando con una figura humana.
Otra vista del templo. La torre prismática es excepcional.
Los canecillos tiene muy buena talla y su temática es interesante. Abundan los de simbología erótica y lúdica.
por esta puerta se conectaba el templo con las dependencias del antiguo monasterio.
Como habréis podido deducir, no se permiten fotos en el interior. Tampoco se permite la subida a la torre por unas supuestas obras que no acaban de llegar.
En la red y en publicaciones especializadas podéis encontar más información técnica sobre el templo. En todo caso quiero dejaros algunas informaciones más bien históricas y poco conocidas, aunque en realidad casi todo lo que rodea a la historia de esta iglesia y su antiguo monasterio está envuelto en cierto halo de misterio. Lo que escribo aquí procede en su mayoría del libro "
San pedro de Tejada y su retablo". de Joaquín de la Iglesia Alonso de Armiño.
Existe un documento de cronología dudosa, posiblemente de hacia 860, denominado “pacto de Tejada” en el que se cita al rey Ordoño y al conde Rodrigo y que tradicionalmente se considera el documento de fundación del monasterio. En el mismo las principales parroquias del valle prometen sumisión al abad Rodanio. En todo caso se hace referencia a la existencia de una regla anterior, con lo que la fundación original podría retraerse hasta el siglo VIII. Como ya citamos a la hora de describir el colegio de niñas huérfanas de
Quintana de Valdivielso, varios capiteles de origen mozárabe fueron encontrados junto a la iglesia hacia 1920.
La documentación existente estimula la teoría de que San Pedro de Tejada, como algunos otros lugares de temprana fundación, fue sede episcopal a temporadas, tras la dispersión de la primitiva diócesis de Oca tras la invasión sarracena. En 1011 pasa a depender de Oña, junto con todas sus posesiones. Esta situación tendrá unas consecuencias contradictorias: por una parte se cercenará la posibilidad de ampliar los dominios pero por otra se garantizará su mantenimiento bajo el amparo de un monasterio tan poderoso. Muy probablemente sin esta vinculación a Oña no se hubiese podido construir el templo de que hoy disfrutamos.
Se calcula que la iglesia se empezó a construir a finales del siglo XI y tiene influencias navarras, posiblemente relacionadas con la permanencia de San Iñigo (el más afamado abad de Oña) en san Juan de la Peña. Precisamente respecto a este monasterio se detectan ciertas similitudes, como el ajedrezado que hay en torno a los arcos, los entablados de los capiteles, la forma arquitectónica y, sobre todo, los arcos ciegos que adornan la parte baja del interior del ábside. También hay que tener en cuenta que Sancho el Mayor de Navarra fue enterrado en Oña.
En todo caso existe muy poca información de este monasterio más allá de lo que podemos observar en sus piedras. En 1580 se sabe que habitan monjes pero en 1616 no figura Tejada como lugar de vecinos. Es decir, en la primera mitad del siglo XVII Tejada se despobló de vecinos, aunque el monasterio podría seguir habitado. En 1670 es cuando Argáiz ve los muros medio derruidos. Posiblemente en esta fecha ya no tendrían residencia regular los monjes en este lugar, habiéndose trasladado a Oña; aunque se seguían recogiendo y almacenando los frutos de los diezmos, pues el edificio utilizado para tal fin, que aún vemos al lado de la iglesia, es posterior.
Precisamente respecto a la despoblación del monasterio existe una inquietante leyenda. Cuentan de una epidemia que asolaba los fértiles pueblos del Valle y los piadosos monjes en su intento por asistir a los vecinos, fueron cayendo uno tras otro hasta que sólo quedó uno. Este, notando su cuerpo muy débil, cavó su propia fosa y acostándose en la misma, esperó una muerte que tardó poco en llegar.
Otra tradición relacionada con este lugar es el supuesto fragmento de la Vera Cruz, traído según crónicas en 1603 a Tejada, desde un origen incierto. Un monje la custodiaba y los pueblos vecinos hacían donativos para acogerse a su protección. En el año 1845 se acordó llevarla a Quintana, por encontrarse el puente ruinoso, con la obligación de devolverla una vez reparado. El puente se reparó pero la imagen no volvió.
Y aún podemos mencionar un último tesoro semidesconocido de este monasterio. Se trata de un retablo gótico, mandado colocar por el abad de Oña, Fray Alonso de Madrid, entre los años 1506 a 1512. De su análisis se desprende que no estaba hecho para esta ubicación y ni siquiera formaba una unidad, tratándose más bien de un reaprovechamiento de diversos cuadros pintados con otro fin. De hecho para colocarlo hubieron de romperse algunos ajedrezados y capiteles, tal y como se puede ver aún observando el hueco dejado por el mismo. Aquí podemos ver una foto de hacia 1950, cuando aún estaba en la iglesia.
Las tablas del retablo se llevaron a Madrid en 1963, donde fueron restauradas en la Casona del Buen Retiro, y tras una serie de peripecias han acabado, por fortuna, en el Museo de Burgos, donde podemos observarlas con detenimiento.
El silencio sobre el devenir de San Pedro de Tejada se extiende más allá de su fin como lugar de culto. En 1840 fueron vendidas todas las propiedades a la familia Huidobro, que es la que aún las posee. Según lo leído en el libro junto con el templo pasaron a manos de la familia los capiteles mozárabes y el fragmento de la Vera Cruz, pero nada sé de su ubicación y propiedad actual. Obviamente otras piezas fueron a parar a destinos conocidos o desconocidos. El Museo Marés, de triste renombre en el ámbito del expolio castellano, posee un crucifijo del gótico más primitivo.