viernes, 28 de enero de 2011

Mil años en la historia burgalesa a través de una abadía (IX)

El siglo XIX trae consigo los estertores y muerte definitiva del monasterio. El movimiento monástico ha dejado ya de tener el apoyo y prestigio de antaño y los sucesivos movimientos reformistas lo van golpeando alternativamente hasta acabar con él.
No poseemos datos documentales de primera mano sobre los daños que sufrió el monasterio durante la ocupación francesa, pero es aceptado que lo saquearon, que violaron las tumbas reales e hicieron destrozos en el claustro. Sí que sabemos algo más sobre un polémico traslado de la botica del monasterio al pueblo de Nofuentes, hacia 1812, lugar donde tenía su acuertelamiento principal el general español Francisco Longa. Se conservan sendas misivas de los alcaldes de la zona y del monje boticario, Bernardo Briones, al general pidiendo la cancelación de dicha orden. Los primeros adujeron que se iba a perder el servicio que dicha botica hacía a los pueblos aledaños al Oca, y el segundo manifestó la dificultad de trasladar todo el material por el peligroso camino de la Horadada (que entonces iba por la parte alta), amén de la dificultad de obtención en el nuevo emplazamiento de materias primas que ya cultivaba en el monasterio, como hierbas medicinales, sanguijuelas y víboras. Lo cierto es que no sabemos si la botica se llegó a trasladar.

En 1835, coincidiendo con la exclaustración definitiva, se ordena la salida de todos los monjes. Queda solo encargado de custodiar los bienes del monasterio el monje Bernardo Briones, el mismo protagonista de veinte años antes. Según lo ordenado en el decreto de exclaustración, la iglesia quedaba al cuidado del ordinario diocesano, que podía convertirla en parroquia. El 31 de diciembre de 1835 el arzobispo de Burgos hace tal cosa.

Este acto supondrá en último término la salvación de la mayor parte de los bienes del templo, aunque el 22 de junio de 1837 se cae la gran torre románica que había sido atalaya y campanario, arrastrando consigo las históricas capillas del Cristo y de la Virgen y parte de la nave principal. Las obras de restauración, que acabaron en 1848, se limitaron a suprimir las capillas y reparar el desgarrón en la bóveda, para salvar la iglesia (de ahí el aspecto poco llamativo de la parte central del templo). Aún pueden verse en la parte exterior, sobre el cementerio, las marcas de los arcos de éstas. En 1856 se levanta la espadaña actual y se cuelgan en sus huecos las antiguas campanas de la torre caída.

En 1840 se publica en el Semanario Pintoresco Español un artículo sobre el monasterio de Oña, para entonces ya exclaustrado. En esta imagen tomada de dicho artículo podemos ver los últimos restos de la torre románica.


El 4 de enero de 1837 se ordena la venta de lo que no esté asociado a la parroquia. En 1842 el Estado vende buena parte de la huerta y unos meses después comienza la subasta del monasterio propiamente dicho. El llamado convento viejo fue adjudicado por 160.000 reales, siendo la intención del comprador su derribo para hacer un salto de agua. La parte nueva tuvo una puja muy reñida, siendo el comprador don Claudio Asenjo, indiano oniense que había sido monaguillo con los monjes, por 1.700.000 reales.

En este periodo se genera una intensa polémica referida al claustro bajo, en cuanto a su inclusión o no como parte asociada a la iglesia. El estado lo había incluido dentro de los bienes subastados, pero la parroquia y el pueblo discrepan. Tapian las conexiones del claustro con el monasterio, recibiendo luego orden de demolerlas. Tras muchas protestas el alcalde obedece.

Pero el pueblo no se rinde, ya en 1849 recurren incluso a la Reina. Por fin, tras un lento trámite de investigación realizado por los peritos tasadores, el Estado acaba reconociendo la propiedad del claustro al cabildo de Oña. El despecho de don Claudio se refleja en actos de vandalismo y barbarie, descabezando, derribando y haciendo añicos multitud de imágenes del claustro, hasta el punto de dejar vacíos todos los doseles de un ala, aunque muchos creen que estos daños proceden de un periodo anterior, puesto que el monasterio fue utilizado incluso como cuartel y hospital durante las guerras carlistas, entreteniéndose los soldados en romper y llevarse de recuerdo figuritas.

De los bienes muebles desaparecieron los no adscritos específicamente a la iglesia, pero también retablos y pinturas en la sacristía y en la iglesia. En 1840 se citan 18 pinturas y en 1847 139 cuadros desaparecidos. Menos de 20 se conservan en el museo de Burgos. También desaparecieron los mantos de Damasco de seda de encarnados que cubrían los sepulcros reales.
Una pequeña parte de los documentos del riquísimo archivo formado durante nueves siglos se hallan hoy en el Archivo Histórico Nacional. Pero los valiosísimos códices de la biblioteca fueron aventados por los pueblos, y su paradero es desconocido.

2 comentarios:

Abilio Estefanía dijo...

Hola Montacedo, otro temas mas de desaparición del patrimonio que algún espabilado tendra a buen recaudo. Lástima.

Un abrazo

Montacedo dijo...

Efectivamente. Y no sé si son peores aún los casos en que los venerables libros fueron tirados o quemados puesto que "no servían para nada"...triste ejercicio de memoria, pero creo que necesario.