martes, 1 de febrero de 2011

Mil años en la historia burgalesa a través de una abadía (XI)

Voy a dedicar estas últimas entradas a describir someramente los contenidos artísticos del templo que me parecen más destacados, completando lo comentado en anteriores entradas.

Lo primero que nos encontramos en nuestra visita es un antepecho guerrero, que data de la época de la fortificación del monasterio, no tiene gran valor artístico y en realidad perjudica el efecto visual de la fachada románica. Las figuras que asoman son parte de los benefactores y personajes enterrados en el monasterio.


A continuación nos encontramos con la fachada, que subsiste en lo fundamental de la escuela románica. Pasamos al nartex o vestíbulo, aún del periodo románico, con restos de policromía. Una bella puerta mudéjar nos da paso a un segundo vestíbulo, con una bóveda de crucería.


De los retablos de la iglesia la mayoría son barrocos o churriguerescos, de los cuales no hablaremos. En un altar neoclásico, encima de la cornisa y en un hueco se encuentran los restos de santa Tigridia, como lo dice un letrero: “Aquí están los cuerpos de santa Tigridia y san Ato, con otras muchas reliquias. Año 1664”. A sus pies se encuentra un valioso crucifijo del siglo XI o XII. Es de bronce, lleva la corona real en vez de la de espinas. Es tradición que fue regalo del conde don Sancho a su hija Tigridia.

Varios de los altares están protegidos por rejas de bronce, que datan del siglo XVI. Se cuenta que las fabricó un herrero de Penches con las 500 cadenas que antaño colgaban junto al altar de San Iñigo, como exvotos de los galeotes y esclavos cristianos liberados de tierras de berbería.

La imagen más venerada del monasterio es un Santo Cristo en un altar que lleva su nombre, que data del siglo XII o XIII, ocupando el espacio de la antigua capilla del Cristo. 
 

 
 En la capilla del Rosario se halla el retablo más valioso que actualmente queda en el del monasterio, gótico del siglo XV. Se reduce a tres hornacinas cuyos doseles calados son de una exquisita finura. Le dan prestancia y esbeltez unas torrecillas labradas con primor, todo dorado sobre fondo azul. La ubicación no es la más idónea. Durante la última guerra carlista algunos soldados liberales aserraron varias torres y pináculos. Es obra probable de Simón de Colonia. Las imágenes de las hornacinas son posteriores.



También podemos destacar unas pinturas murales del siglo XIV descubiertas hace unas décadas, que representan la vida de Santa María Egipciaca y, por sus grandes dimensiones,el órgano barrroco del año 1.786, y con más de 1.100 tubos, construido por el riojano Francisco Antonio de San Juan y recientemente restaurado.

El crucero moderno es un cuadrilátero de casi 18 metros de lado, que hace las veces de mausoleo, crucero y coro. El caparazón estrellado de la cumbre es magnífico y destaca por su altura y espacio. La sillería del coro es de nogal rojo, con más de 80 sillas. El motivo es la combinación hasta la extenuación de arcos ojivales y flamígeros. Es obra de Fray Juan Manso de hacia 1479.
 



 

Lo más original y casi único es el mausoleo labrado en madera de nogal. Lo forman dos templetes gemelos como dos monumentales relicarios culminados de pináculos y torrecillas. El artesonado forma una superficie dividida en varios polígonos, de los que cuelgan grandes piñas. Es probablemente del mismo autor que la sillería y pertenece al mismo periodo. Tapizan los muros de estos panteones seis sargas o lienzos de la escuela vieja castellana, que representan los pasos más importantes de la pasión y resurrección de Jesucristo.
 

Un retablo churrigueresco dorado cubre el presbiterio, dando paso al ábside del siglo XVIII. El tabernáculo del mismo alberga la urna con los restos de San Iñigo. Esta arca estaba protegida por unas rejas de plata que desaparecieron en la guerra de la independencia. 
 

 
Respecto a los sepulcros, diremos han sido profanados durante las guerras del siglo XIX, además de que el tiempo ha hecho su labor. Por ejemplo en los sarcófagos de Sancho II y Sancho el Mayor queda poco más que polvo; en el del infante García, hijo del emperador Alfonso VII, existe una mezcla de diversos cuerpos. El más completo parece ser el de doña Urraca.
 
 

El primer panteón o Panteón Real, en el lado del Evangelio, a la izquierda, está ocupado por estos cuatro sepulcros:

- Sancho II, el de Zamora. La inscripción que se encontró en el sepulcro dice así: “Sancho, Paris por la belleza, Héctor fiero en las armas es quien se encierra en esta tumba, hecho polvo y sombra. Una mujer de corazón duro – su propia hermana – le quitó la vida. Ni despojado de su derecho y muerto lloró a su hermano. Este rey fue muerto a traición por consejo de su hermana Urraca junto a la ciudad de Numancia por mano de Bellido Dolfos, gran traidor. En la era MCX en las nonas de octubre me arrebató el curso del tiempo”. Este texto hace referencia a la tradición del cerco de Zamora, feudo de Urraca, por parte de Sancho. En aquel entonces se pensaba que la antigua Numancia se correspondía con Zamora.

- Sancho el Mayor.
- Doña Mayor. Hija mayor del conde don Sancho, y esposa de Sancho el Mayor. Muerto su marido en 1035, parece que retiró al monasterio de San Martín de Frómista, fundado por ella misma. Sobrevivió 31 años a su marido, muriendo octogenaria.

- Infante don García. Hijo del emperador Alfonso VII y de doña Berenguela. Murió niño.


Segundo panteón o Panteón Condal, en el lado de la epístola (derecha):

- Conde Sancho García. Fundador del monasterio. El epitafio de su sepulcro de piedra decía así: “este es el conde don Sancho, el que dio buenos fueros a los pueblos. La santa ley fue su compañera y el bienestar del reino su mayor cuidado, destruyó a los moros y desde entonces brilló Casilla. El construyó estos lugares y de aquí sacó la norma de su vida. Esforzado varón, fue al fin vencido por el peso de la muerte y, trasponiendo este mundo, se encaminó hacia cristo”.

- Doña Urraca. Esposa del conde don Sancho. Pudiera ser del linaje de los Salvadores, condes de la Bureba, lo que explicaría la vinculación de estos condes con el monasterio y el enterramiento de los primeros de sus representantes en el claustro (lo veremos en un próximo post).

- Conde don García. Asesinado en León en vísperas de su matrimonio.

- Infantes don Alfonso y don Enrique, hijos de Sancho IV, último gran benefactor del monasterio. Nacieron en torno a 1290.

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