miércoles, 27 de enero de 2010

Una reflexión sobre la despoblación de nuestro medio rural

Recogidas algunas noticias sin aparente conexión entre sí me apetecía escribir unas palabras sobre el problema de la despoblación en el medio rural en general y en Burgos en particular. No entraré aquí en cifras, que serán objeto de una futura entrada.

Lo primero, cabría preguntarse sobre la gran diferencia entre “hablar de despoblación” y “luchar contra la despoblación”. Desde luego son múltiples las comparecencias, documentos, reflexiones, estrategias, programas, planes, informes, propuestas o similares. Sí, se habla mucho de despoblación pero, al menos de momento, es muy poco lo que se hace.

Por otro lado, las inversiones de cierto peso se siguen planteando allí donde son más rentables económicamente sin considerar un factor compensatorio para los lugares de baja densidad. Antes al contrario, es más “rentable” tener contenta a una población de 5000 o 10000 habitantes que a una de 50 o 100.
Dicho de otro modo, se favorece a zonas que antes estuvieron bien y ahora no están tan bien (por ejemplo el Bierzo), que zonas en las que nunca se disfrutó de un bienestar. Lo que ocurre es que como en todos los sitios cuecen habas, lo primero que vemos es que se priorizan las respuestas para los núcleos de mayor tamaño.

Incluso aun creyéndonos los planes para el futuro, las iniciativas que se piensan poner en marcha van en esencia por el mismo camino. Lo más fundamental pasa, de acuerdo con las mismas, en fortalecer los centro comarcales, que arrastrarán en todo caso a los núcleos más próximos en su desarrollo.

Para los Ayuntamientos, se dice que se integren, que no tienen sentido Ayuntamientos de menos de 100 habitantes, que eso será mejor para los ciudadanos, etc, etc, etc y yo digo: JA. ¡Que fácil es soltar eso y quedarse tan tranquilo!. Los que realmente conocemos los pequeños pueblos sabemos qué es lo que pasa cuando se deja de tener Ayuntamiento propio y la envidia que nos dan los pueblos que decidieron no seguir ese camino, ahogados de deudas, eso sí, pero con una vitalidad muy superior a la de las juntas vecinales.

Y pese a todo las administraciones presionan y presionan. Es casi imposible crear un nuevo Ayuntamientos desgajados de uno anterior, a no ser que se justifiquen unos ingresos millonarios, y la Juntas Vecinales deben administrar todos los servicios deficitarios y casi ninguno de los que dan beneficios (salvo los que implican sobreexplotar sus propios recursos naturales). Las cabeceras de Ayuntamiento solo sueltan la guita una vez que se han asegurado su propio lugar de privilegio.

Y es que la realidad, es triste reconocerlo, es que no se lucha contra la despoblación de los pequeños pueblos, sino que antes al contrario se estimula su desaparición, en aras de una supuesta rentabilidad, optimización y racionalidad (que por cierto no se tiene en cuenta para otras prioridades minoritarias).

Nadie quiere reconocer que este camino nos lleva a la desaparición de docenas y docenas de pueblos dejando sólo espacio, tal vez, para aquellos pequeños lugares que tengan algo original que ofrecer: una iglesia, un paraje natural... Y con ellos se irá su patrimonio, su cultura, y con el tiempo incluso su nombre.

De momento nuestro marcado carácter de apego a la tierra logra hacer aguantar a la mayoría de ellos, gracias entre otras cosas al “empadronamiento de la nostalgia”, pero no quiero pensar que ocurrirá cuando los últimos nacidos en los pueblos, aquellos que en su momento emigraron y ahora regresan, aunque sólo sea en verano; desaparezcan.

En otro contexto, hace unas semanas decía el jefe de la jefatura de Tráfico de Cantabria que “por el Escudo ya sólo circulan los románticos”. A esto estamos llegando, las carreteras sólo tienen sentido para llegar, lo antes posible, de una ciudad a otra. Me temo que para muchos el medio rural es ya simplemente aquello que se atraviesa para ir de una ciudad a otra.

Y lo peor de todo es que estoy seguro de que llegará el momento en que la sociedad se dará cuenta, probablemente tarde, de la enorme pérdida que supone renunciar a nuestros pequeños pueblos. Tal vez realmente no compense (aunque a todos se nos ocurren gastos mucho más superfluos) pero no podremos nunca presumir de ser un país avanzado cuando esto se produce ante nuestros ojos sin que se haga prácticamente nada.

4 comentarios:

alfonso dijo...

Se le atribuye a VIRGILIO:

¡QUÉ FELICES SERÍAN LOS CAMPESINOS SI SUPIERAN QUE SON FELICES!

No tenemos varitas mágicas, pero la frase anterior algo tiene que ver con el problema.

Montacedo dijo...

Hola Alfonso,

No sé que decirte. Hay otra corriente de opinión, tal vez más amarga, con la que yo cada vez comulgo más, que dice que sólo la ignorancia puede dar la felicidad.

alfonso dijo...

La ignorancia también es la madre del atrevimiento, por eso muchos nos hemos atrevido a salir del medio rural, me imagino que con distinta suerte, pero deseando ser más felices y tener más oportunidades que en nuestros pequeños pueblos. En fin, el debate puede ser muy largo.

Montacedo dijo...

Por supuesto Alfonso. En ningún momento critico al que toma la opción de irse (especialmente si respeta sus orígenes), sino a las condiciones que hacen que no exista otra opción sino irse.