lunes, 31 de enero de 2011

Mil años en la historia burgalesa a través de una abadía (X)

La imagen que ilustra el comienzo de este artículo corresponde a la actual biblioteca del monasterio de San Agustín, en la capital burgalesa. Hasta aquí fue trasladada pieza a pieza, previo informe favorable, hace apenas diez años desde el monasterio de Oña, su ubicación original, habiendo sido construida ex-profeso en tiempos del colegio Máximo Jesuita. Esta biblioteca de los Jesuitas llegó a albergar en tiempos más de 60.000 volúmenes, entre ellos varias obras del siglo XVI.

La llegada de los jesuitas a Oña vino dada por la serie de peripecias que sufrieron durante la segunda mitad del siglo XIX. Expulsados de España, se trasladan a Francia, pero poco después se ordena su expulsión también de Francia a la vez que se les ofrece la restauración en nuestro país. Es por ello que se ven obligados a buscar nuevos emplazamientos para su actividad, entre ellos un centro para desarrollar sus enseñanzas de Teología y Filosofía. Y es en 1880 cuando se encuentran en Oña con los restos de un antiguo monasterio que parece condenado a su desaparición. Adquieren el monasterio a sus propietarios y fundan un Colegio Máximo y Universidad Pontificia.

Con su habitual vitalidad comienzan una restauración que durará varias décadas. Levantan nuevas alas para dar mejor acogida a estudiantes y profesores… Miles de sacerdotes fueron formados en estas paredes.
Este periodo sufre una interrupción hacia 1935, coincidiendo con el periodo republicano, cuando son nuevamente expulsados del edificio, y se dedica el mismo a Colonia Agrícola para Vagos y Maleantes, una especie de campo experimental en el que se buscaba la reinserción de delincuentes a través del trabajo, especialmente en las huertas del monasterio.
Poco duraría este uso, pues con el inicio de la Guerra Civil Oña queda en terreno Nacional. Una nueva pirueta del destino hizo que el edificio fuese destinado a Hospital de Guerra, aprovechando su cercanía al frente y la existencia del trazado ferroviario en sus aledaños.

Un decreto de Francisco Franco estableció la devolución de los bienes a los Jesuitas, que volvieron a ocupar el edificio hasta 1967, fecha en la que pasa a manos de la Diputación.

Siendo destinado inicialmente a Hospital Psiquiátrico, el centro ha derivado en los últimos años hacia un uso Geriátrico. Muy recientemente se ha llegado a un convenio con la Junta de Castilla y León por el cual se están construyendo sendas residencias de ancianos a las que serán conducidos los actuales internos. Aún no está claro cual será el uso del antiguo cenobio, se habla de un Parador de Turismo, de un uso ligado al Turismo Termal (aprovechando sus añejas fuentes)... Parece que San Salvador no ha escrito la última página de su historia.

viernes, 28 de enero de 2011

Mil años en la historia burgalesa a través de una abadía (IX)

El siglo XIX trae consigo los estertores y muerte definitiva del monasterio. El movimiento monástico ha dejado ya de tener el apoyo y prestigio de antaño y los sucesivos movimientos reformistas lo van golpeando alternativamente hasta acabar con él.
No poseemos datos documentales de primera mano sobre los daños que sufrió el monasterio durante la ocupación francesa, pero es aceptado que lo saquearon, que violaron las tumbas reales e hicieron destrozos en el claustro. Sí que sabemos algo más sobre un polémico traslado de la botica del monasterio al pueblo de Nofuentes, hacia 1812, lugar donde tenía su acuertelamiento principal el general español Francisco Longa. Se conservan sendas misivas de los alcaldes de la zona y del monje boticario, Bernardo Briones, al general pidiendo la cancelación de dicha orden. Los primeros adujeron que se iba a perder el servicio que dicha botica hacía a los pueblos aledaños al Oca, y el segundo manifestó la dificultad de trasladar todo el material por el peligroso camino de la Horadada (que entonces iba por la parte alta), amén de la dificultad de obtención en el nuevo emplazamiento de materias primas que ya cultivaba en el monasterio, como hierbas medicinales, sanguijuelas y víboras. Lo cierto es que no sabemos si la botica se llegó a trasladar.

En 1835, coincidiendo con la exclaustración definitiva, se ordena la salida de todos los monjes. Queda solo encargado de custodiar los bienes del monasterio el monje Bernardo Briones, el mismo protagonista de veinte años antes. Según lo ordenado en el decreto de exclaustración, la iglesia quedaba al cuidado del ordinario diocesano, que podía convertirla en parroquia. El 31 de diciembre de 1835 el arzobispo de Burgos hace tal cosa.

Este acto supondrá en último término la salvación de la mayor parte de los bienes del templo, aunque el 22 de junio de 1837 se cae la gran torre románica que había sido atalaya y campanario, arrastrando consigo las históricas capillas del Cristo y de la Virgen y parte de la nave principal. Las obras de restauración, que acabaron en 1848, se limitaron a suprimir las capillas y reparar el desgarrón en la bóveda, para salvar la iglesia (de ahí el aspecto poco llamativo de la parte central del templo). Aún pueden verse en la parte exterior, sobre el cementerio, las marcas de los arcos de éstas. En 1856 se levanta la espadaña actual y se cuelgan en sus huecos las antiguas campanas de la torre caída.

En 1840 se publica en el Semanario Pintoresco Español un artículo sobre el monasterio de Oña, para entonces ya exclaustrado. En esta imagen tomada de dicho artículo podemos ver los últimos restos de la torre románica.


El 4 de enero de 1837 se ordena la venta de lo que no esté asociado a la parroquia. En 1842 el Estado vende buena parte de la huerta y unos meses después comienza la subasta del monasterio propiamente dicho. El llamado convento viejo fue adjudicado por 160.000 reales, siendo la intención del comprador su derribo para hacer un salto de agua. La parte nueva tuvo una puja muy reñida, siendo el comprador don Claudio Asenjo, indiano oniense que había sido monaguillo con los monjes, por 1.700.000 reales.

En este periodo se genera una intensa polémica referida al claustro bajo, en cuanto a su inclusión o no como parte asociada a la iglesia. El estado lo había incluido dentro de los bienes subastados, pero la parroquia y el pueblo discrepan. Tapian las conexiones del claustro con el monasterio, recibiendo luego orden de demolerlas. Tras muchas protestas el alcalde obedece.

Pero el pueblo no se rinde, ya en 1849 recurren incluso a la Reina. Por fin, tras un lento trámite de investigación realizado por los peritos tasadores, el Estado acaba reconociendo la propiedad del claustro al cabildo de Oña. El despecho de don Claudio se refleja en actos de vandalismo y barbarie, descabezando, derribando y haciendo añicos multitud de imágenes del claustro, hasta el punto de dejar vacíos todos los doseles de un ala, aunque muchos creen que estos daños proceden de un periodo anterior, puesto que el monasterio fue utilizado incluso como cuartel y hospital durante las guerras carlistas, entreteniéndose los soldados en romper y llevarse de recuerdo figuritas.

De los bienes muebles desaparecieron los no adscritos específicamente a la iglesia, pero también retablos y pinturas en la sacristía y en la iglesia. En 1840 se citan 18 pinturas y en 1847 139 cuadros desaparecidos. Menos de 20 se conservan en el museo de Burgos. También desaparecieron los mantos de Damasco de seda de encarnados que cubrían los sepulcros reales.
Una pequeña parte de los documentos del riquísimo archivo formado durante nueves siglos se hallan hoy en el Archivo Histórico Nacional. Pero los valiosísimos códices de la biblioteca fueron aventados por los pueblos, y su paradero es desconocido.

jueves, 27 de enero de 2011

Mil años en la historia burgalesa a través de una abadía (VIII)

 Nemesio Arzalluz nos suministra unos datos de un valoramiento de rentas del monasterio hecho en 1544, las cuales alcanzan 1.700.000 maravedís, aún entre las más altas de Castilla. Destacan las rentas obtenidas en Oña, con casi 90.000 maravedís, Los prioratos de Tejada (104.000), Cillaperlata (47.000) y Mave (80.000). En cuanto a lugares podemos resaltar los casos de Espinosa (69.000), Barcina (57.000) y de manera decreciente: Solduengo, Cornudilla, Pino, Trespaderne, Poza, Castellanos, La Molina, Condado, Cereceda, Terminón, Penches, Bentretea, Tamayo, Panizares, Frías, Los Barrios, Sante, Medina, Salas y Cantabrana.

En estos años visitan Oña los grandes reyes que ha conocido nuestro país. En Oña pasaron los Reyes Católicos unos días de 1496, antes de despedir a su hija, Juana la Loca, en Laredo. Se cuenta que Carlos I pasó por Oña en el camino hacia su retiro en Yuste, y que, encantado del lugar, prometió volver a Oña si no le sentaba bien su retiro en el monasterio extremeño. Finalmente, se atribuye a Felipe II una frase referida al monasterio que ha quedado para la posteridad:
“¿Por donde entró en valle tan cercado magnificencia tanta?”

Desde esta época los abades dedicarán sus principales esfuerzos a mejorar y ampliar las dependencias monacales propiamente dichas. Aunque es una parte no visitable, podemos decir que la estética de estos lugares no es, en general especialmente llamativa, prestándose más atención a su funcionalidad, y por otro lado es la que más ha sufrido los avatares de los siglos posteriores.
Tantas reformas sucesivas habían traído consigo curiosas consecuencias. Por ejemplo, durante en un determinado momento del siglo XVI se llegó a perder la pista sobre la verdadera ubicación de la urna con los restos del cuerpo de San Iñigo. No sería hasta finales de siglo cuando el entonces abad la encontraría empotrada en la parte baja de un altar. En 1598 se encarga el arca de plata adornada con piedras preciosas donde se encuentra la urna actualmente.


Los siglos XVII y XVIII representan una lenta decadencia del monasterio. Para lamento del visitante actual, aún se tienen recursos para sustituir la mayor parte de los retablos por otros barrocos y churriguerescos, siguiendo las modas de la época. De la primitiva época apenas tenemos el altar del Rosario, medio oculto en uno de los laterales, caracterizado por varios pináculos dorados. Además de ello encontramos un par de cristos románico-góticos.

A mediados del XVII se produce un primer derrumbe en la capilla de la Virgen y se reforman ésta y la capilla del Cristo, alterando peligrosamente la estabilidad de la torre románica.

A mediados del siglo XVIII se retira el altar mayor y se crea una nueva capilla a modo de ábside en donde se levanta el baldaquino donde ahora reposan los restos de San Iñigo. A mediados del siglo XX una devota legará su patrimonio para reparación del arca. Se añade entonces la cruz de plata y se tapizan las paredes de la arquita interior con los damascos que colgaban del presibiterio.

Una representativa crónica de la relajación moral que sufre el monasterio a finales del siglo XVIII la tenemos a través de una serie de cartas conservadas del padre Iñigo Guerra enviadas al padre general de la Orden. Guerra relata una serie de alarmantes irregularidades: elección de cargos sin tener méritos ni experiencia suficiente, convites y excesos en la comida, abundando el chocolate y los bombones, faltas de desobediencia frente a superiores, aparición de la costumbre de tener criado personal, conversión de algunas celdas en lujosas habitaciones, ignorancia de la regla de clausura, ausencia generalizada en las oraciones, con la consiguiente indignación del pueblo…ante la apatía y connivencia del abad.

Frente a esta situación, Guerra insiste una y otra vez al Padre General en que realice una visita de inspección al lugar, esperando que pueda poner las cosas en su sitio. El susodicho ignora dichas peticiones y parece desentenderse del problema. Finalmente llega el momento de la visita periódica y, aunque Guerra es destinado por el Abad a Tartalés de Cilla para evitar su intervención, éste se presenta en persona de improviso ante el visitador que, ante su insistencia, promete presentar las quejas en el consejo que se iba a celebrar al día siguiente. Pero esa misma noche el visitador marcha en secreto de Oña por una puerta falsa, para evitar tener que tomar cartas en el asunto.

miércoles, 26 de enero de 2011

Mil años en la historia burgalesa a través de una abadía (VII)

El siglo XV también traerá consigo disgustos para el cenobio. En estos momentos la sede benedictina de Valladolid inicia un proceso integrador para hacerse con el control de los monasterios de Castilla. Oña, debido a la bula papal de independencia que tenía desde sus comienzos, se opuso a estas maniobras.

Pero en un determinado momento se producen disensiones internas en el monasterio y uno de los bandos llama en su ayuda a la sede central y al obispo de Burgos. Los llegados aprovecharían el conflicto interno para hacerse dueños efectivos del monasterio durante unas décadas, y en este periodo se llevaron según Núñez: “muchas cosas de oro y plata y sedas. Y entre ellas se llevaron doce apóstoles de bulto y talla entera de plata y una imagen de bulto de plata del altar y capilla de Nuestra Señora a la manera de una niña de catorce años y una corona de oro que tenía el santo crucifijo”.

Pero además despojaron a la abadía de su autonomía, que hasta entonces había dependido exclusivamente de Roma, determinando la elección de abades, que dejaban de ser cargos vitalicios pasando a renovarse con ocasión de cada visita desde Valladolid, todo ello con la excusa de una reforma. Los de Valladolid piden y reciben en 1455 de Roma la confirmación de esta reforma, especialmente en lo referido a la elección bienal de priores (que ya no abades) y a la necesidad de su confirmación desde Valladolid. Pero los de Oña reclaman y se suspende la ejecución de las bulas. Por fin en 1492 Oña queda libre con todos sus anejos. En fin, que ya vemos que las tiranteces con Pucela vienen de lejos.

No obstante lo anterior, el final del siglo XV y el principio del siglo XVI permitieron la creación de los tesoros artísticos más valiosos que del antiguo monasterio nos han llegado hasta la actualidad. La gran capilla cuadrada que estaba diseñada para nueva cripta panteón se acaba convirtiendo en capilla mayor, mediante la construcción de su esbelta y alta cúpula culminada por una estrella de ocho puntas, obra muy probablemente de Simón de Colonia. Esta capilla es unos de los espacios de mayor volumen con estas características que nos podemos encontrar en el gótico, recordando, por su atrevimiento, a la del coro del monasterio del Escorial. A continuación la representación de la imagen que pudo tener la iglesia desde entonces, obra una vez más de Arzalluz. A un lado las capillas del Cristo y de la Virgen, que ya hemos mencionado.


De este periodo data la excelente sillería de nogal, así como los panteones y sepulcros, obras únicas del arte funerario en madera. Entre ambos panteones existía por aquel entonces un retablo de pinturas hispano-flamencas al estilo de la época, que sería retirado al crearse la capilla-abside de San Iñigo. Parte de las tablas de aquel retablo se encuentran repartidas hoy por diversos punto de la iglesia, y también hay alguna en el museo de Burgos. Otra imagen de Arzalluz al respecto.


A principios del siglo XVI, en 1503, se inicia la construcción de otro de los símbolos de lugar, el claustro gótico tardío del que aún podemos disfrutar, obra también de Simon de Colonia.

En este periodo, a partir de 1515, se llevan a cabo los trabajos de adecentamiento de la huerta del monasterio, en especial lo relacionado con los estanques y fuentes, que suministran pescado y agua al monasterio. Ya hablamos de estas fuentes hace algún tiempo, pero podemos hacernos a una idea de lo que el lugar significaba para el monasterio a través de una crónica de uno de los benedictinos que habitaban el lugar:

Una apacible visión ofrece a los mojes ancianos o enfermos. Siéntase a la vera de aquella esmeralda viviente y se complacen en ver jugar los peces, ordenados en dos escuadras a manera de pequeños navíos que jugaran a batallas navales en una naumaquia inocente. Esta agua…pasa por todas las dependencias de la abadía y en donde quiera, obsequiosa y humilde, deja detrás de sí la bendición. Saluda a los mojes fraternalmente; si se lo permite la compuerta que hace las veces de portero, entra en el molino y hace danzar las muelas; tritura el trigo y separa la harina del salvado haciéndola pasar por una criba sutil.
Junto a los molinos tenemos los batanes. Y si en los molinos afanose por hacer nuestro pan, en los batanes se afana por hacer nuestros hábitos. Por pesada que sea la faena, ella no se niega a ninguna que se la mande. Con un gran vigor levanta pesas pesadísimas y descarga golpes alternos que romperían los brazos de los bataneros o los lomos de las bestias.
Cuando todo está hecho, sutilizase a modo de anguila y metiéndose por los delgados conductos no hay oficina conventual por donde ella no pase. Ella guisa, ella criba, ella amasa, ella lava, ella lava, ella muele, ella riega y dondequiera que vaya lleva consigo primavera y flor, fecundidad y fruto.
Y cuando ha hecho todos estos servicios, no nos pide salario alguno. Pide sólo que se le deje ir libre y franca por amor de Dios. Cantando y blanca de espuma, más alegre aún y más humilde y obsequiosa que al entrar, sálese de la abadía y con los pies de diamante, puros como los pies de un niño entre la verde hierba, corre a precipitarse en el río. Y allí recomienza su temblante camino y su eterna huída”.

Adicionalmente, podemos comentar que entre 1524 y 1526 pasó por Oña el poeta y embajador de Venecia en España, Andrea Navagero, que relató en un libro titulado Viaje por España sus recorridos por la península.  He aquí lo que cuenta del monasterio:

“Yendo por el valle a la izquierda, a dos leguas de Poza, hay un monasterio de benedictinos, muy bello y rico, en un lugar que se llama Oña, el cual es de los monjes; el sitio es apacible abundante en agua: en medio de los jardines del monasterio, además de otras que hay en el lugar, nace una fuente que forma bellísimo estanque y canales que corren por todos los jardines y están llenos de truchas, entrando luego en el monasterio donde sirve para todos los menesteres de los frailes[…] Hay en Oña, en las bodegas de los frailes (que es siempre la cosa más notable que suelen tener estos santos padres) algunos toneles tan grandes que caben en cada uno 30 mil cántaros.”

(para que luego digan que en Burgos no se hacía Chacolí)

martes, 25 de enero de 2011

Mil años en la historia burgalesa a través de una abadía (VI)

En el siglo XIII ya se planea la sustitución del templo románico por otro gótico que formará el esqueleto de la iglesia actual. Se incrementa la altura de la nave central y se construye un primer crucero. En ese periodo se construye también la llamada Capilla de la Cruz, destinada al oficio litúrgico para los ciudadanos del Oña, evitando con ello un excesivo contacto con los benedictinos. Aunque el cualquier caso al poco se iniciará la construcción de la iglesia de San Juan, dejando con ello San Salvador de ejercer como parroquial del lugar.

Adosada a esta Capilla de la Cruz y por orden del entonces rey Sancho IV el Fuerte se construye en 1284 la capilla de la Virgen. El deseo del monarca es que este lugar sea destinado a panteón de sus antepasados, que como indicamos permanecían en el atrio de la iglesia. También dos de sus hijos, fallecidos jóvenes, serán enterrados en este panteón.

La advocación a la virgen no es casual. Presidiendo esta capilla estaba la imagen de la conocida como Virgen de Oña, con fama de milagrera. Cuenta la tradición que aquí trajo la reina el infante Fernando (luego Fernando III el Santo), que padecía de una grave enfermedad, habiendo agotado los recursos de la medicina de aquel entonces. Así lo cuenta Barreda a finales del siglo XVIII:

Lo cierto es que el rey santo, siendo niño, padeció una enfermedad muy grave que le puso en los umbrales de la muerte, desesperados ya los médicos de su salud. Pero la piadosa madre, doña Berenguela, destituida ya del poder humano, se acogió al divino. Oyó esta gran reina los muchos milagros que Dios obraba por medio de la imagen de María, la milagrosa de Oña, y determinó pasar con su hijo a visitar a esta emperatriz de los cielos, confiada en su piedad divina, que la había de conceder lo que pedía. Llegó esta señora a Oña y al punto puso a su hijo, ya moribundo, sobre las aras de esta gran reina, suplicándola con lágrimas y tiernas oraciones la favoreciese en aquel conflicto. Jamás pudo dormir el santo niño en su gravosa enfermedad, despidiendo continuamente de sí multitud de gusanos que la atormentaban por extremo. Pero fue cosa maravillosa que luego que le pusieron sobre el ara de María se quedó dormido. Pensaron todos que estaba muerto, mas despertando, al punto pidió de comer y de beber, lo que en grande manera aborrecía. Comenzó el joven a cobrar salud y a los quince días gozó la madre de su santo hijo tan sano y tan fuerte como si nunca hubiera padecido tal accidente”.

Un abuelo Alfonso VIII fue en peregrinación a Oña, e incluso Alfonso X el Sabio (hijo de Fernando III) acabaría dedicando una de sus cantigas al milagro y el nieto de Fernando, Sancho IV, edificaría como decíamos esta capilla en agradecimiento. Por cierto Sancho IV es el cuarto “Sancho” relacionado con este monasterio.

El siglo XIV es una centuria difícil para toda Castilla y también para sus monasterios; la guerra y las enfermedades asolan el territorio. La fortaleza de abadía de Oña le permite sobrellevar algo mejor estas penurias. En 1338 se celebra un capítulo provincial y una visita a varios monasterios. Podemos conocer a través del mismo la situación de varios monasterios, entre ellos Oña. De los monasterios referidos, Oña es el que recibía más rentas, más de 80.000 maravedís y 25.000 fanegas de renta, continuando como el más rico en cuanto a ingresos de todos los monasterios españoles. No obstante este dinero se repartía en buena medida entre los principales cargos, con lo que el estado del común de los monjes era en general pobre.

Adicionalmente, pocos años después Oña sufre un desgraciado episodio del que tal vez nunca conoceremos su verdadera dimensión. Narrado brevemente, diremos que a mediados de siglo se desarrollaba la guerra fraticida entre Enrique de Trastámara y Pedro I el Cruel. Ambos bandos se valieron de ejércitos mercenarios para intentar conseguir sus objetivos. Pedro llamó en su ayuda al Príncipe de Gales, conocido también como el príncipe Negro.

Acabada la contienda, o al menos alguna de sus batallas, los ingleses exigieron su paga y como quiera que Pedro no pudo o no quiso pagarles, arrasaron en su retirada todo lo que de valor encontraron, y quiso la mala suerte que entre otros sitios encontrasen Oña (también Santa María de Obarenes y Vileña, lugar este último donde fueron violadas sus monjas). Cuentan las crónicas que desaparecieron varios retablos en plata, y entre ellos, una magnífica arca de oro y piedras preciosas, llena de reliquias, regalo de Sancho el Mayor.

Tal debió ser la conmoción, que apenas recuperado el monasterio se ordenó la fortificación de todo el perímetro, contribuyendo ello a la imagen no demasiado estética que nos ofrece el templo en la actualidad. El portalón de entrada (con las figuras de condes y reyes), el cubo del reloj y las torres cuadradas que presiden la entrada principal del monasterio datan de aquella época. Este aspecto de fortaleza se conservará al menos hasta el siglo XVI. En el siglo XVII aún quedaban en pie varias torres y cubos de aquella época. A continuación tenéis unas fotos actuales y una recreación (que debemos a Nemesio Arzalluz, de como pudo verse la muralla en época).





lunes, 24 de enero de 2011

Mil años en la historia burgalesa a través de una abadía (V)

Esta época fue en la que se consolidó la que debió ser extraordinaria biblioteca del monasterio. En el monasterio de El Escorial se encuentra un documento que recoge los libros que contenía la biblioteca de Oña hacia el año 1200 (se acompaña una imagen de dicho cartulario). En ese inventario aparece la nada despreciable cifra de 132 volúmenes, superior a la de la mayoría de monasterios contemporáneos. De hecho, esta cifra y el poderío económico del monasterio sugiere que además de poseer su propio scriptorium, se estuviera en condiciones adquirir volúmenes de otros.

En el manuscrito escorialense aparecen citados libros referidos a las Sagradas Escrituras, obras de los padres fundadores de la iglesia, compendios de derecho e incluso obras de gramática y de ficción de clásicos latinos. Había libros visigodos como las etimologías de San Isidoro.
Lamentablemente todos estos preciosos códices se han perdido sin excepción, salvo hojas sueltas de algunos de ellos. De estos se puede hablar de la que entonces era la auténtica Joya de la biblioteca: “la Biblia de Oña”, de la que quedan hojas sueltas en el Noviciado “Maestro Ávila” de la Hermandad de Operarios Diocesanos de Salamanca, y en el monasterio de Silos (11 folios en total). Los datos hablan de que está Biblia se acabó de escribir en el año 943, al parecer salida de las manos, al igual que otras excelentes obras de la época, del copista Florencio del Monasterio de San Pedro de Valeránica (monasterio ya desaparecido que se encontraba en las cercanías de Tordómar). Esta Biblia estaba todavía en Oña cuando visitó el monasterio Argáiz, en 1675, y a través de datos indirectos también sabemos que existía a finales del siglo XVIII. Las investigaciones llevadas a cabo a raíz de la aparición de algunas páginas concluyeron que tras haber sido robada del monasterio durante los años posteriores a la desamortización, la mayoría de sus páginas habían sido empleadas para forrar libros e incluso ¡Para asar chorizos!.

El listado indicado nos habla de una Biblia aún más antigua, del siglo IX, a la que podrían corresponder dos folios muy gastados que se encuentran ahora en el Archivo Histórico Nacional. El nivel cultural de los monjes que ocupaban esta abadía debía, por lo tanto ser alto. De manera representativa podemos indicar un poema creado dentro de estos muros, originario del siglo XII, titulado “la disputa del alma y el cuerpo”, que constituye uno de los primeros textos literarios en romance castellano. El monje poeta de Oña se evadió de sus quehaceres administrativos y en la parte de atrás de un manuscrito dio rienda suelta a su imaginación creando esta disputa de alma y cuerpo. A través de una visión, el alma reprocha a un difunto la mala fama que le ha quedado por su mal comportamiento en la vida y le recuerda que su riqueza mundana no le ha servido de nada. El monje de Oña da el salto de escribir en castellano, un castellano muy antiguo.

Es representativo comentar que los escasos fragmentos que se conservan de esta primorosa biblioteca no deben tal circunstancia a un interés culto por los mismos, sino al hecho de que fuesen adecuados para ser reutilizados como carpetas para clasificar los documentos del monasterio o para forrar otros libros.

Es chocante, en cambio, que se conserven hasta 1600 pergaminos en el Archivo Histórico Nacional correspondientes a la Documentación Diplomática del monasterio; la mayoría correspondientes a derechos de propiedad (ver los textos “Colección diplomática de salvador de Oña”, de Álamo, y “documentación del monasterio de San Salvador de Oña”, de Oceja). En contraposición a los viejos y maravillosos códices que "no servían para nada”, estos documentos fueron guardados con tesón durante varios siglos debido a su valor jurídico, y de hecho las crónicas hablan de lo excelentemente organizada que estaba el archivo de Oña.

Podemos poner lo anterior en relación con el hecho de que la riqueza de esta abadía atrajo durante prácticamente toda su historia la avaricia de los diversos poderes de Castilla. Ya en el siglo XII se inicia un conflicto con la diócesis de Burgos a cuentas de los tercios de los diezmos de las iglesias dependientes del monasterio. No mucho después, en el siglo XIII, se entabla un largo proceso judicial cuya importancia podemos deducir del nombre por el que ha pasado a la posteridad, “el pleito de los cien testigos”. Tiene su origen en la fundación y privilegios concedidos por Alfonso VIII a la ciudad de Frías y a sus poderosos señores, los Velasco, y está referido a la apropiación indebida por parte de la ciudad de derechos sobre determinados lugares y territorios propiedad del monasterio (en el blog de Zález podéis profundicar un poco más)
También durante toda la baja edad media Oña tendrá que litigar con la figura de los encomenderos; nobles (muy frecuentemente ramificaciones de la familia de los Velasco) que presionaban al monasterio para hacerse cargo de la gestión de los recursos en los lugares adscritos al monasterio, a cambio de protección de sus intereses; lo que en la práctica redundaba en la reducción de los beneficios de la abadía. En general en la mayoría de estos casos, Oña acabará obteniendo del Papa o Reyes las confirmaciones de sus derechos, pero ello sin poder evitar largos y costosos pleitos.

viernes, 21 de enero de 2011

Mil años en la historia burgalesa a través de una abadía (IV)

Fernando I no mostrará una especial predilección por el monasterio de Oña. No ocurre lo mismo con su hijo Sancho II, el del famoso episodio del cerco de Zamora, asesinado por Vellido Dolfos, y que indujo la escena de la Jura de Santa Gadea entre el Cid y el hermano de Sancho, Alfonso VI.

Sancho II también será enterrado en Oña, y quiere la tradición que sus restos fuesen trasladados allí por el propio Rodrigo Díaz de Vivar. De hecho se tienen noticias de un poema del siglo XII que narra toda esta peripecia, siendo el primer documento que hace referencia a la figura del Cid, años antes de que en Cardeña se escriba el poema.

Sancho II como decimos fue el mayor benefactor del monasterio tras el fundador, labor que quedó interrumpida por su temprana muerte. Aparte de las donaciones, dotó a la abadía de una serie de privilegios, algunos de los cuales no podrán subsistir mucho tiempo: otorgó derechos de población y licencia para construir iglesias dentro de sus posesiones y le cedió el diezmo de lo que correspondía al rey, tanto en especie como en dinero, de las salinas de Añana (la sal era una materia prima de gran valor en aquel entonces). Como dato curioso incluyó también el privilegio de ración para el abad y doce acompañantes cada vez que visitaran al rey en palacio.

Su hermano Alfonso VI muestra poco dadivoso con Oña, más atento a favorecer a Sahagún. Si bien le hizo donación del monasterio de San Vicente, junto a Becerril, y tuvo gran protagonismo en la obtención de la bula de protección y libertad de la santa sede.

A partir de este momento Oña deja de estar en el primer plano de la política castellana, pero no deja de crecer su importancia económica. Es el periodo de la construcción del segundo templo románico (el primero debió ser de escasas dimensiones), que ya estaba terminado hacia 1170, alguno de cuyos restos podemos ver actualmente.

Una idealización de este monasterio lo tenemos en las siguientes dos imágenes, tomadas del libro “El monasterio de Oña”, de Nemesio Arzalluz. En la primera vemos la sencilla portada, que en general se conserva aunque oculta por añadidos posteriores. En la segunda, una vista de lo que pudo ser la iglesia completa, en la que destacaba la alta torre románica.



Poco más se conserva de este periodo pero harto representativo: en la antigua sala capitular (y en unas condiciones mejorables) hallamos los restos de un espectacular frontal que representa la última cena, policromado y con trabajados frescos, que en su momento presidió el refectorio o comedor del monasterio. Para imaginarnos como debió ser este templo basta recordar que edificios señalados en la actualidad como Santo Toribio de Liébana, Rebolledo de la Torre, San Pedro de Tejada o Monasterio de Rodilla pertenecían en la época de su construcción al monasterio de Oña.
 


 
Aunque las diversas fuentes no se ponen de acuerdo en cuanto a una cifra, el número de lugares sobre los que llegó a tener jurisdicción el monasterio de Oña en los siglos XII y XIII rondó los trescientos. A fines del siglo XII, sus extremos – Miengo, Liencres, Santoña – le abrían acceso al cantábrico por el norte, lo ligaban al sur con el Arlanza – Santa María de Lara, Cubillo del Campo- Al oeste con Pisuerga – Santa María de Mave, Santa Eufemia de Ibia, Sotovellanos, y lo enfrentaban al este con Nervión (Santa María de Arrigorriaga), el condado de Treviño (Añana, Comunión) y Álava (Pancorbo). En la lejanía dispuso de la villa de Nuevo en Huesca y San Benito de Calatayud. En este periodo, de las 2000 iglesias burgalesas, Oña llegó a poseer más de 300. Entre los siglos XI y XIII este monasterio fue sin duda el más poderoso de Castilla y probablemente de todos los reinos peninsulares, iniciando desde entonces una lento estancamiento.

Podemos hacernos un poco a la idea de cómo sería el día a día de esta época de esplendor para el monasterio. Disponía de dos áreas que formaban el núcleo de sus dominios: La Bureba, con su producción cerealista, y las actuales Merindades, con su riqueza ganadera, cinegética y maderera. No debemos olvidarnos del vino, que aunque en general de no muy buena calidad se cultivaba en toda la zona, siendo algo mejor el las laderas soleadas de los valles cercanos a Oña. Algo similar ocurría con los frutales y huertas. Muchas tierras se dedicaban a henares para la siega en verde y posterior alimentación del ganado y linares para la confección de vestidos.

La cabaña ganadera tiene su origen en la dotación inicial del Conde Sancho García: 500 ovejas, 35 vacas y diez cerdos, y una amplia extensión libre de montazgo en Espinosa de los Monteros. De la cabaña ganadera Oña obtenía leche, mantequilla, queso, lana, pieles para cuero y pergamino y la fuerza de tracción animal. El pescado se obtendría de las pesquerías dentro del dominio, que como decíamos llegaba al Cantábrico y la sal de Añana. A mayores, Oña consigue de Alfonso VIII que el mercado comarcal se traslade a un señorío suyo, Cornudilla, en 1175.

Con un poco de trabajo he construido este mapa en el que figuran la ubicación de las posesiones del monasterio, faltando otras tantas que no he podido relacionar con lugares existentes en la actualidad. Hay que señalar no obstante que en la gran mayoría de los casos se trata de posesiones parciales en los lugares, y no del control total de una población, al estilo feudal, limitados a pueblos como Cornudilla, Solduengo o Padrones de Bureba, entre otros. En verde los monasterios o iglesias y en azul el resto. Puede haber errores.


Ver Posesiones del Monasterio de Oña en un mapa más grande

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NO LO OLVIDÉIS, MAÑANA Y PASADO DE 9 A 13 EMISIÓN DEL PROGRAMA "NO ES UN DÍA CUALQUIERA" DE RNE DESDE OÑA.

jueves, 20 de enero de 2011

Mil años en la historia burgalesa a través de una abadía (III)

Sancho García fallece en 1017 y ordena el enterramiento de sus restos y los de su esposa en el atrio de la nueva iglesia. La humildad de estos antiguos dirigentes hace que no se sientan dignos de ser enterrados en el interior de los templos a los que habían legado tantos recursos.
Sancho deja a su hija Tigridia como la mujer más poderosa de todo el condado. Su otra hija, doña Munia o Mayor, había sido casada con Sancho el Mayor, rey de Navarra, en una política de intento de estabilización de la zona. Para el varón, el aún infante García, quedaba la administración del condado.
Para contener el largo enfrentamiento entre León y Castilla, se había acordado el matrimonio del infante García con Sancha, hija del rey de León, y hacia allí se dirige el heredero con vistas a celebrar los esponsales. A las puertas de la iglesia de San Juan, luego San Isidoro, ocurre la tragedia que recuerdan los siglos. El infante García y parte de su séquito son asesinados, presuntamente a manos de la familia de los Vela; nobles alaveses enemistados con los condes castellanos y exiliados en León.

El nuevo rey es Sancho el Mayor, a través de los derechos de su esposa. El suegro se encarga del traslado del cadáver del malogrado heredero hasta Oña, en donde será enterrado junto a los de sus padres. Sin embargo, una antigua inscripción en el sepulcro del infante apunta como culpables de su muerte no a los Vela, sino a la traición de tres nobles castellanos que luego verán mejorada su situación durante el reinado de Sancho el Mayor, pareciendo este por tanto  inductor en la sombra de toda la conspiración.

Sancho el Mayor consigue lo que siempre había deseado, hacerse con tierras castellanas, y se proclama rey de Castilla. Posteriormente obligará al rey de León a casar a su única hija con su hijo mayor, Fernando, poniendo con ellos los cimientos para el fin de la dinastía regia leonesa y comienzo de la castellana.

Sancho se encuentra en Oña con un foco de resistencia. La hermana del conde muerto aún gobierna el cenobio. Pero con la muerte de Tigridia, hacia 1029, el rey de Navarra aprovecha para invertir la situación. Con la excusa de la existencia de vida relajada de monjes y monjas, elimina el carácter dúplice del monasterio, introduce la regla benedictina y unos años después pone al mando a un monje cuya fama de santidad empezaba a despuntar, San Iñigo, que vendrá desde su retiro en San Juan de la Peña.
Con San Iñigo el monasterio verá el periodo de mayor vitalidad espiritual y económica de toda su historia. Fue el tiempo dorado en la observancia de este monasterio, y cuando mayor fue su prestigio, también en el aspecto temporal, pues se incrementaron considerablemente las donaciones. Fue tanta su fama que un obispo llamado Ato o Atto, probablemente el último obispo de Valpuesta, renunció a su obispado viniendo a integrarse este monasterio (sus restos aún se conservan, según la tradición, en el monasterio).

Oña es uno de los primeros monasterios españoles en introducir la regla benedictina. Esta decisión no tiene un fundamento exclusivamente espiritual; en aquel entonces a todos los monasterios dependientes de San Pedro de Cluny se les concedía la independencia y protección espiritual y relación directa con la Santa Sede, cosa que Oña conseguirá finalmente mediante una bula emitida por el Papa en 1095 y ratificada en 1104. Esta bula servirá en el futuro como defensa al monasterio ante los intentos de control por parte del obispado, la nobleza o los gobernadores de la congregación religiosa. San Salvador se convertirá con el tiempo en ejemplo de cenobio cluniacense, sirviendo incluso como lugar de formación para dirigentes de otros monasterios.

Sancho el Mayor muere en 1035 y, como muestra del interés tomado en el monasterio, deja señalado tal lugar para su enterramiento y el de su esposa. A su muerte divide el reino entre sus dos hijos. Para Fernando quedará Castilla y para García, Navarra, incluyendo todo el norte del antiguo condado castellano, (Oña inclusive).

Fernando considera una afrenta el reparto e inicia una campaña para recuperar tales territorios. Mientras tanto, podemos comprobar la importancia de la figura de San Iñigo por el hecho de que el monasterio recibe en este periodo donaciones de ambos dirigentes. Las hostilidades llegan a un punto crucial con la derrota del ejército navarro en Atapuerca en 1054. El propio San Iñigo acompaña al rey García en sus últimos momentos en el campo de batalla.
Merece la pena dedicar unos párrafos a la figura de San Iñigo. Fue nacido en Calatayud, lugar del que sigue siendo el patrono. Fallece en 1068 y su canonización data del año 1163 facultando el papa al obispo de Burgos para elevar su cuerpo. Este acto se lleva a cabo en Oña en 1165, durante el cual según Barreda un ciego cobra la vista. Uno de los milagros nos los narra el burgalés Padre Flórez en su España Sagrada:

Padeció la Bureba y el valle de Oña, con todos sus contornos, una esterilidad tan molesta que ni los jornaleros ni los labradores tenían pan y aún el monasterio andaba tan apurado que algunos días los monjes vivían sin comer. No tenían los pobres más refugio que las puertas del monasterio y como el santo, que desde su mocedad fue compasivo, los socorriese; corrió tanto la voz que familias y lugares enteros acudían allí, y todos sus contornos se llenaban de gente. Compadecido el abad de tanta multitud, mandó traer cuanto pan hubiese en la casa, y todo se redujo a tres panes. Pero lleno de fe, esperanza y caridad, dijo: ¿Por ventura no puede Dios sacar pan de las piedras? Y partiendo los panes fue repartiendo a los pobres, con tan maravilloso prodigio, que después de alcanzar para toda la multitud, sobraron tres panes. Pero refinó Dios mucho más el milagro: porque aquellos tres panes se fueron multiplicando tan copiosamente, que aunque cada día acudían a la limosna más número de pobres, duraron cuatro meses, hasta que llegó la cosecha”.
El culto a San Iñigo se extiende durante los siglos XIII y XIV en Castilla, Navarra y Aragón. A san Iñigo se le invocaba sobre todo en las sequías y el padre Núñez en 1610 escribe que los de Briviesca tenían tal devoción a este santo que: “todos los años que han tenido y tienen necesidad de agua vienen a esta casa y capilla en procesión a pedir al santo y les sucede siempre que van mojados hechos una sopa de agua y así vienen por la mayor parte prevenidos con capotes y capas para resistir el agua”. También se utilizaba un hueso del santo para humedecerlo en el agua que luego se daba a los enfermos.

martes, 18 de enero de 2011

Mil años en la historia burgalesa a través de una abadía (II)

Nos encontramos en las décadas precedentes al año 1000. Por todo el mundo se extiende el mensaje y el temor apocalíptico. En el norte de la actual España, las comarcas cristianas son acosadas constantemente por el casi legendario Almanzor. La vida en este contexto es un hilo muy frágil y es nota común, tanto en este siglo como en el siguiente, la preocupación de todas las clases sociales por el más allá.
Es la época de la fundación masiva de monasterios, algunos de los cuales llegarán hasta nuestros días. Los cenobios están abarrotados y son dotados generosamente por la población con haberes a cambio de la salvación de sus almas.

En Castilla gobierna el conde Garci Fernández. Es el segundo conde independiente tras el recordado caudillo Fernán González. Garci aguanta como puede ante el empuje de Almanzor pero obliga a su pueblo a una guerra constante de desgaste que mina los frágiles cimientos de la repoblación castellana.

En la sombra del conde ya se encuentra un hijo, Sancho García, con grandes proyectos para el condado. García no puede esperar a recibir el legado y se enemista con su padre. Ambos llegan a un acuerdo. Mientras el padre seguirá controlando el resto del condado, Sancho se encargará de la zona más norteña, la Bureba y las montañas de Burgos (que entonces se extendían hasta el Cantábrico). Aquí se creará precisamente el núcleo duro de apoyo al monarca.

El conde Garci Fernández muere en el año 995. Sancho García tiene que seguir batallando con Almanzor, si bien afortunadamente éste ya no es el de antes, y finalmente cae derrotado en Calatañazor en 1002. El heredero andalusí es frágil y los reinos de taifas hacen su aparición. En breve se producirá un radical cambio en el equilibrio de fuerzas, que Sancho aprovecha para consolidar los territorios situados al norte del Duero y gestionar alianzas con los reyezuelos que le traen cuantiosos recursos y paz.

La mayor fama de Sancho proviene de su generosidad con sus vasallos, pues fue conocido con el sobrenombre de “el de los buenos fueros”. Por ejemplo estableció que los siervos que luchasen contra el moro quedarían libres y su equipamiento sería sufragado por el condado. Concedió tierras y fueros a los repobladores de las tierras fronterizas. Fue un de los primeros promotores del Camino de Santiago.

Castilla vive por fin un periodo de estabilidad. Sancho se siente contento y desea agradecer al creador su situación. Es en este momento cuando decide fundar un monasterio en Oña dedicado al Salvador.
En realidad, existe una teoría mucho más romántica sobre las razones que impulsaron al conde a fundar el monasterio, y que enlazan directamente con la leyenda de la condesa traidora, que narramos el año pasado. Según esta teoría, además de agradecer a su escudero el apoyo ante el proyecto de traición, creando el Cuerpo de Monteros; Sancho decide expiar el pecado de provocar la muerte de su propia madre fundando este monasterio. Dado que la propia historia apenas tiene visos de ser cierta, prescindiremos de entrar en más detalles. Lo cierto es que esta teoría debe parte de su fama a haber sido tema escogido por algunos conocidos autores literarios, como Lope de Vega, José Cadalso y José Zorrilla.

Pero ¿porqué en Oña?. Como dijimos en esta zona se encontraba el núcleo duro de apoyos a Sancho. Tal y como barruntamos en el pasado (ver la serie de entradas, Una tierra de Leyenda), esta área debió tener un protagonismo bastante acusado en las primeras fases de la reconquista, se encontraba bastante a resguardo frente a una eventual recuperación en el poder califal y permitía, indirectamente, frenar la expansión de los intereses del reino de Navarra hacia estas tierras.

Los expertos parecen estar de acuerdo en la fecha de fundación de 12 de Febrero de 1011. Los terrenos sobre los que se asienta el monasterio fueron comprados a un tal Gómez Díaz, señor de Barcina. De hecho, los restos de la torre del señor de Barcina en Oña existieron hasta el siglo XIX, y fueron en su momento utilizados en la fase en que el cenobio se fortificó. Como dato de interés hay que decir que sobre la fundación del monasterio de Oña conocemos hasta siete documentos distintos, pero ninguno de ellos es el original. La copia más antigua es coetánea del original, descubierta por Manuel Zabalza Duque en 1978 en la Parroquia de Villaescusa de Solana, usada como forro de un libro de Bautismos del siglo XIX.

Aunque, en realidad, es probable que existiera previamente. Las crónicas árabes nos hablan de una razzia en 934, en la que se asoló Oña y un monasterio que allí existía «completamente rodeado de colinas que ocultaban su dilatada superficie donde se alzaban elevados edificios de altas columnas, maravilloso mármol y admirable fábrica, mientras entre casas y palacios estaban asignados a distintos fines y trazados para distintas utilidades, reuniendo allí cuantas actividades necesitaba la gente...». No es imposible, sin embargo, que el monasterio al que refieren estas crónicas sea el de Loberuela, al que nos referiremos en el párrafo siguiente, puesto que el mismo ya aparece documentado en 913. También hay que tener en cuenta que las crónicas musulmanas tendían a exagerar la grandeza de los lugares que arrasaban, que en realidad serían casi siempre pequeñas aldeas e iglesitas.
Junto con los terrenos en que se ubica el monasterio, el conde dota al monasterio de una generosa dote en tierras y derechos, más de 160 lugares y un centenar de iglesias. Siguiendo la tradición hispano-visigoda, crea un monasterio dúplice. Los monjes vendrán del desaparecido monasterio de Loberuela (cerca del actual pueblo de Terminón) y San Pedro de Tejada. Las monjas del monasterio de San Juan de Cillaperlata. Todos estos monasterios se integrarán en la dote de la nueva abadía.

Al cargo del nuevo monasterio estará Doña Oneca, hermana del conde, aunque ello sólo hasta que la joven hija de Sancho, Tigridia, esté lo suficientemente formada (contaba entonces tan sólo quince años). Así, repite el esquema que su padre había realizado con su hermana Urraca, creando el infantado de Covarrubias. Tigridia pasará a la posteridad con vitola de santa y sus restos serán conservados como tales en el monasterio, aunque en realidad no se conoce ningún dato hagiográfico.

lunes, 17 de enero de 2011

Mil años en la historia burgalesa a través de una abadía (I): Introducción

Tal y como habíamos anunciado, iniciamos con esta una serie de entradas dedicadas al antiguo monasterio de San Salvador de Oña, que estos días cumple el milenario de su fundación. Intentaremos llegar a un punto de equilibrio entre una extensión no demasiado larga, aportar contenidos que no sean demasiado obvios y no cometer muchos errores. Como siempre la principal intención es incrementar el interés por nuestro patrimonio entre propios y foráneos.
No sé puede decir que Oña sea un lugar desconocido al burgalés, pero sí que es verdad que ni la información que se suele hacer llegar al ciudadano medio ni la impresión inicial de su conjunto (especialmente al exterior) inducen un interés excesivamente intenso hacia este patrimonio. Tal y como iremos viendo Oña ha en cierto sentido víctima de su propio éxito, en forma de abundantes pillajes y reformas poco afortunadas.

Ya sabía yo, cuando empecé a pensar en esta serie de entradas, que más allá de esta primera sensación el antiguo cenobio oculta un legado ciertamente valioso para el ciudadano burgalés; nada menos que el enterramiento de los dos últimos condes independientes castellanos y dos de los tres primeros reyes, en un mausoleo que se puede considerar casi único. Todo ello lo podemos disfrutar cada año en el ya famoso Cronicón.

Pero, además, mi limitada investigación me ha permitido llegar a la conclusión de que los avatares de esta antigua abadía cisterciense representan un ejemplo harto ilustrativo del devenir de nuestra tierra; de sus antiguas grandezas y de sus lamentablemente bastante más abundantes miserias, y de lo más elevado y mas ruin de los habitantes que la han hollado.

Empezaremos pues con este recorrido, que para ser un poco ordenado realizaremos en orden cronológico. La historia será la que guíe nuestros pasos, si bien realizaremos frecuentes aproximaciones al patrimonio mueble e inmueble del edificio. En este sentido, dedicaremos las últimas entradas a la vista del edificio propiamente dicho, aunque asumiendo que apenas podremos hablar sobre los edificios monasteriales propiamente dichos y el nivel de detalle vendrá limitado por lo que se puede apreciar en una visita estándar a iglesia y claustro.

Al hablar de blibliografía lo cierto es que, al revisar la principal documentación existente, se echa en falta un texto completo y actualizado que aborde la evolución de este monasterio desde el punto de vista artístico e histórico; aunque lo mismo mientras se están escribiendo estas palabras ya se está cocinando un proyecto de este tipo. Mientras tanto el principal texto de referencia sigue siendo el libro “El monasterio de Oña”, del Padre Jesuita Nemesio Arzalluz, publicado allá por el año 1950.

Existen, por otro lado, otros libros más modernos que nos permiten una aproximación parcial a la historia del monasterio, aunque tal vez más científica y exacta. Destacaremos en primer lugar el libro de Santiago Olmedo “Una abadía castellana en el siglo XI. San Salvador de Oña”, muy completo y fácil de leer, lo único que se echa en falta es que el análisis histórico no se prolongue más adelante y, en segundo lugar el muy reciente “Oña y su monasterio en el pasado de Castilla”, de Eduardo Rojo, que aborda aspectos menos conocidos de la historia del cenobio. Estos han sido las principales fuentes de información empleadas en esta serie de artículos, si bien se han recogido algunos aspectos desde otras fuentes.

viernes, 14 de enero de 2011

Paisaje de una guerra (y X): El Fin

Al parecer al final de la guerra se celebró una misa en recuerdo de todos los caídos de la zona, en el punto en el que se unen las provincias de Cantabria, Palencia y Burgos.


Y termino esta serie de entradas con este recentísimo sepulcro (2010) que se encuentra en el páramo de Bricia, erigido en recuerdo a tres jóvenes que fallecieron en la guerra fratricida.

 

jueves, 13 de enero de 2011

Paisaje de una guerra (IX): Una imagen del pasado

Hoy para variar os voy a poner una tarea muy fácil. Intentad ver si se esconde algo en esta blanca fachada. No sigáis leyendo hasta que lo veáis u os deis por vencidos.

















En efecto, se trata de un retrato en altorelieve de "El Caudillo" y se encuentra en la pared de una de las casas de Escalada. Se cuenta que fue un soldado italiano el que lo realizó durante las largas jornadas que transcurrieron en este pueblo, sede del Cuartel General de la zona. Al parecer originalmente también estaba pintado, pero su color ha desaparecido con las capas blanqueantes, aunque sorprendentemente aún se conserva el perfil. ¡Que cosas!.

miércoles, 12 de enero de 2011

Paisaje de una guerra (VIII): El Monumento al General Sagardía


En el centro del páramo de Bricia (número 10 de las primera panorámica), y anejo a la Carretera N-623 se encuentra un monumento que la mayoría de la gente conoce como monumento a los Italianos, y que en realidad está dedicado a la columna del General Sagardía, que como ya dijimos comandó las operaciones nacionales en este sector.

La obra, mandada construir por él mismo, estaba pensada para ser rematada con la cabeza de un águila, pero quedó inacabada. Está hecha en mármol y según se cuenta en un cajón de hierro están enterrados los planos de todas las ofensivas que hubo en la zona. Más detalles en el libro de Elías Rubio "Burgos en el Recuerdo".

Hay quien dice que este monumento debería demolerse. Yo desde luego no hablaré nada en favor del régimen franquista, pero soy de la opinión que la historia es historia aunque no nos guste. De todas maneras lo más probable es que con el tiempo vaya cayendo por sí mismo.

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Pues como podéis ver hoy reinicio las publicaciones. Espero que hayáis tenido buena entrada de año. Todavía me queda alguna más de los Paisajes de la Guerra, y luego me pondré con la serie que he preparado dedicadas al Monasterio de San Salvador de Oña, que espero que os gusten.

Saludos a todos.