miércoles, 3 de abril de 2013

Monasterios burgaleses: Santo Domingo de Silos (I)

El Monasterio de Santo Domingo de Silos, o al menos su claustro, es un lugar harto conocido y sobre el mismo ya se han escrito numerosos libros. No obstante, no por ello vamos a obviarlo en este gran catálogo de lugares burgaleses que poco a poco voy creando. En todo caso, en lugar de entrar en profundidad, a largo de los próximos artículos voy a daros algunas pinceladas generales intentando ofreceros datos algo menos conocidos.

Aunque existen indicios que hacen pensar que existía un monasterio en la zona anterior a la invasión árabe (en algunos textos se hace remontar este monasterio al año 593, bajo fundación de Recaredo), el primer rastro documental es el de una donación al monasterio de Tabladillo, a orillas del Ura (hoy Mataviejas), por parte de Fernán González, en el año 954. Además de concederle una amplia autonomía, en el mismo ya se cita un barrio denominado Silos.

Las razzias de Almanzor supondrán la ruina del monasterio pero la llegada de Santo Domingo (cuyo nombre original era Domingo Manso) a principio del segundo milenio dará una nueva dimensión al cenobio. Durante 30 años, que comienzan en 1041, restaura el monasterio, reúne una numerosa comunidad, administra y amplía el patrimonio, da vida al scriptorium y posiblemente proyecta también el maravilloso claustro románico y la iglesia del mismo estilo hoy perdida. No obstante el mérito de las obras arquitectónicas hay que atribuírselo sobre todo a su sucesor Fortunio.

Los siglos XII y XIII también serán de apogeo del monasterio. Llega controlar a 29 iglesias. Alrededor del monasterio se levantan 15 pueblos de su jurisdicción y señorío, y diseminados por otras comarcas castellanas, otros 30. A su soberanía también están sometidos seis monasterios menores. Es sorprendente la pujanza de este monasterio sin haber tenido un nacimiento a instancia directa de los reyes o gobernantes.
 


Este desarrollo se debe en buena medida a la fama adquirida por el ya canonizado Santo Domingo, a cuyo sepulcro acuden numerosos peregrinos que dejan cuantiosas donaciones, incluyendo las familias reales. Santo Domingo era considerado como protector de los cristianos cautivos, los cuales una vez liberados dejan frecuentemente como exvoto las cadenas que sirvieron para torturarles.

Las murallas proceden de finales del siglo XII. De la época datan el claustro, monasterio e iglesia románicos, de los cuales sólo nos ha llegado el primero. De la antigua iglesia se han numerosos análisis para estimar como era, a partir de la documentación encontrada. El scriptorium también funciona a pleno ritmo; en el siglo XIII se contabilizan más de un centenar de títulos. También destacan las actividades de orfebrería.

Alcanzado este apogeo empezará una lenta decadencia tanto por el descenso de las vocaciones como por el contexto social y político. Se pierden derechos a favor de la nobleza, descienden los ingresos… Además en 1384 el monasterio sufre un asolador incendio y durante siglos los esfuerzos se centrarán en la restauración.

A principios del siglo XVI la abadía pierde buena parte de su autonomía a favor del núcleo benedictino de Valladolid. Para desencanto de los visitantes actuales, el dinero llega para llevar a cabo una reforma integral en la iglesia en el siglo XVIII, que se transforma el gran templo neoclásico que ahora conocemos, a costa de la iglesia románica que es derribada (las crónicas de entonces dicen que se encontraba en muy mal estado). Se trata de una obra sobria y poco llamativa para el visitante actual, realizada por Antonio Machuca siguiendo planos de Ventura Rodríguez.

Al menos en esta época se desarrolla la gran botica que hoy podemos visitar, gracias a los viajes y trabajo del padre Isidoro Saracha. Este monje fue uno de los personajes más importantes en el mundo de la botánica del siglo XVIII, llegando incluso a contribuir a la mejora del Jardín Botánico de Madrid.


Los monjes y el pueblo sufrieron las consecuencias de encontrarse en el centro del área que ocupaba el Cura Merino en su lucha con los franceses durante la Guerra de la Independencia. Cada uno de los bandos asolaría las existencias del monasterio con la excusa de que no fueran usadas por el otro bando. Además era un lugar muy apto para el acuertelamiento de tropas de cierto tamaño.

No obstante, gracias a la habilidad del Abad Domingo de Silos (con el mismo nombre que el fundador), el monasterio consigue salir relativamente bien parado de la horda napoleónica Al parecer el cuerpo del santo, ante la posibilidad de una profanación, fue emparedado en la casa del cura de Moncalvillo de la Sierra entre los años 1808 y 1813.

En todo caso es en estos años cuando se pierde la que probablemente sea la obra escrita más valiosa generada en Silos: Su maravilloso beato trascrito y miniado de 1073 a 1109. De manos del cardenal Aragón pasaron a la biblioteca del colegio salmantino de San Bartolomé, y desde ésta a la real de Madrid, de donde serían escamoteadas por José Bonaparte que en 1840 traspasó su ilegal propiedad al British Museum.

Al padre Domingo de Echevarría le corresponde la inmensa tristeza de tener que asistir a la dispersión de la comunidad, en 1835. Pero con gran habilidad e inteligencia conservó lo más valioso y característico de los haberes intelectuales y artísticos del monasterio hasta su muerte, acaecida en 1875.

Lo consiguió logrando que se le asignara el puesto de párroco de la villa de Silos, trasladando allí lo bienes más preciados y que quedasen así fuera de la contabilidad de la desamortización. Incluso se los llevó consigo al ser trasladado a Segovia en 1857, al nombrársele obispo del lugar. Pero a su muerte se nombró testaferro a un monje benedictino exclaustrado, que no supo comprender la trascendencia y el valor histórico y cultural del tesoro que caía en sus manos. Poco después, movido por el sano deseo de colaborar en la conservación de los edificios monasteriales de Silos, lo sacó a pública subasta.

Los fondos sirvieron para apuntalar la obra del claustro, pero por tan sólo 30000 reales se vendió la ciencia acumulada en Silos durante diez siglos. Los manuscritos y rarezas bibliográficas acabaron así en la Biblioteca Nacional de París, en la Biblioteca Británica o en lugares como Croacia, como es el caso de la llamada Biblia Gótica, así como en otras bibliotecas europeas hoy no localizadas. Entre estas obras estaban las glosas silenses, con sus 368 palabras en castellano, que acabaron en Londres. Sólo para su préstamo para la Expo del 92 la Junta de Castilla y León tuvo que contratar un seguro de 145 millones de pesetas.

De este modo se perdía definitivamente para Silos una herencia cultural milenaria. Al menos se pudieron conservan para las autoridades locales algunas piezas como el frontal de Silos y dos arquetas, que hoy podemos ver en el Museo de Burgos, siendo una de sus piezas más destacadas así como algunas otras que hoy existen en el museo del monasterio. El propio edificio sufriría considerablemente el periodo de abandono, perdiéndose, entre otras joyas, parte del artesonado mudéjar de la bóveda del claustro.

Por su parte la botica de Silos pasó a manos del farmacéutico del pueblo, con sus utensilios, biblioteca y ajuar de cerámica de Talavera. Posteriormente sería recuperada para el monasterio. El gesto hay que apuntárselo a don Juan de Aguirre y Achútegui, que en 1927, ante la coyuntura de la venta de todo el botamen al extranjero, se lo compró al farmacéutico y la regaló y devolvió al monasterio.

Una serie de circunstancias afortunadas impidieron que Silos acabase como el cercano monasterio de San Pedro de Arlanza. En el año 1880 se promulgaba la prohibición de los cultos benedictinos en Francia, y un grupo de monjes de la abadía de Ligugé (dependiente de Solesmes) acabó refugiándose en Silos. Los nuevos colonos trabajan sin descanso para revitalizar la abadía, tanto desde el punto de vista religioso como cultural y arquitectónico. Nunca seremos totalmente conscientes de hasta que punto debemos a este grupo de monjes la conservación del monasterio.

En Silos se formaron algunos estudiosos de prestigio, como Fray Justo Pérez de Úrbel o Luciano Serrano. Desde su llegada los monjes han trabajado hasta donde es posible en recuperar el antiguo archivo de Silos, entre el que se encuentran documentos que se remontan al siglo X. En la actualidad el archivo posee unos 15 manuscritos de entre los siglos X al XIV. Los catálogos antiguos aseguran que entre los siglos XIII y XIV tenía la biblioteca del monasterio más de 200 manuscritos visigodos.

Al respecto quiero señalaros una anécdota muy curiosa acontecida en el pueblo de Carazo. En 1917, unos vecinos conversaban con un monje de la nueva congregación y le comentaron que tenían en el desván algunos libros que estaban deteriorándose. Los examinó el monje y se quedó perplejo. Se trataba del libro original de Gonzalo de Berceo sobre la Vida de Santo Domingo, escrito en román paladino. Otro era una biografía del mismo santo, de Grimaldo y la tercera obra era los milagros romanizados de la liberación de los cautivos por Santo Domingo, de Pedro Marín. Las obras habían sido entregadas en 1835 por los monjes a los antepasados de estos vecinos para su custodia.

Un incendio destruyó en 1970 el museo de Etnografía e Historia Natural, perdiéndose ejemplares muy valiosos conservados durante siglos en el monasterio.

Hoy Silos es importante foco de atracción turística, cultural y espiritual, debido en parte también al canto gregoriano que aún puede escucharse dentro de los muros de su iglesia. Esperemos que siga así por muchos años.

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