martes, 24 de febrero de 2009

Carnavales tradicionales en la provincia de Burgos: Buceando en la Memoria (II)

Continuando con nuestra exploración, descubrimos que uno de los carnavales más complejos se celebraba en la localidad ribereña de Castrillo de la Vega.

El Carnaval comenzaba el domingo de Quincuagésima, por todos conocido como Domingo Gordo
Los protagonistas centrales eran los mamarrachos. En Castrillo, mamarracho era toda persona, de uno u otro sexo, que se disfrazaba con ropas viejas, sacos... y llevaba la cara tapada durante los días de Carnaval. La vestimenta más frecuente era un saco viejo. el de mayor tamaño posible, al que abrían en el fondo tres agujeros, uno para la cabeza y dos para los brazos. Se lo ponían por la cabeza a modo de sayo y les llegaba hasta las rodillas o más abajo, lo que dificultaba las carreras y propiciaba las caídas jocosas
La cabeza la cubrían con algún sombrero viejo o trapos atados en forma de capucha, y la cara con una careta de cartón que ellos mismos fabricaban, o bien con betún u hollín. Todos llevaban colgada en banderola una cebadera de los machos con paja, ceniza pimentón o agua para arrojar a los transeúntes y en la mano una cachaba de pastor, un palo o un saco mojado con los que defenderse o atacar. Había otros disfraces menos abundantes, pero que aparecían todos los años; entre ellos destacaban el caballo, o los soldados.

Algunos pocos mamarachos, dos o tres, se colocaban un saco en cada Pierna, lo llenaban de paja y lo ataban a la cintura. Como apenas podían caminar se ayudaban de un largo palo para apoyarse y alejar a los chiquillos que los empujaban para hacerlos caer. Otros, los carpinteros, se paseaban sobre zancos de madera de roble que ellos mismos hacían en el taller.
El martes l os quintos sacaban la vaquilla, que habían construido con dos palos largos que terminaban en cuernos y dos travesaños que unían los largueros. Del travesaño posterior colgaba un cencerro que avisaba de su llegada. Uno de los quintos se colocaba este armazón sobre los hombros, lo sujetaba con las manos y se cubría con una manta o saco, dejando un espacio para ver.
La vaquilla embestía a quien encontrara a su paso; sus topetazos eran peligrosos, por lo que los mamarrachos se protegían el pecho y la espalda con trapos viejos, que formaban dos grandes bultos en los que golpeaban los cuernos. Así protegidos, la provocaban para que embistiese; cuando uno era alcanzado y caía al suelo, docenas de mamarrachos se echaban encima de la víctima, formando un confuso montón.
De esta manera fueron los carnavales en este lugar ribereño hasta la guerra civil. Después continuaron saliendo los mamarrachos hasta los años sesenta, de manera más o menos clandestina. Luego nada. Hasta hoy, en que algunos nostálgicos lo vuelven a celebrar a su modo, que no tiene nada que ver con el Carnaval tradicional.

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