jueves, 27 de enero de 2011

Mil años en la historia burgalesa a través de una abadía (VIII)

 Nemesio Arzalluz nos suministra unos datos de un valoramiento de rentas del monasterio hecho en 1544, las cuales alcanzan 1.700.000 maravedís, aún entre las más altas de Castilla. Destacan las rentas obtenidas en Oña, con casi 90.000 maravedís, Los prioratos de Tejada (104.000), Cillaperlata (47.000) y Mave (80.000). En cuanto a lugares podemos resaltar los casos de Espinosa (69.000), Barcina (57.000) y de manera decreciente: Solduengo, Cornudilla, Pino, Trespaderne, Poza, Castellanos, La Molina, Condado, Cereceda, Terminón, Penches, Bentretea, Tamayo, Panizares, Frías, Los Barrios, Sante, Medina, Salas y Cantabrana.

En estos años visitan Oña los grandes reyes que ha conocido nuestro país. En Oña pasaron los Reyes Católicos unos días de 1496, antes de despedir a su hija, Juana la Loca, en Laredo. Se cuenta que Carlos I pasó por Oña en el camino hacia su retiro en Yuste, y que, encantado del lugar, prometió volver a Oña si no le sentaba bien su retiro en el monasterio extremeño. Finalmente, se atribuye a Felipe II una frase referida al monasterio que ha quedado para la posteridad:
“¿Por donde entró en valle tan cercado magnificencia tanta?”

Desde esta época los abades dedicarán sus principales esfuerzos a mejorar y ampliar las dependencias monacales propiamente dichas. Aunque es una parte no visitable, podemos decir que la estética de estos lugares no es, en general especialmente llamativa, prestándose más atención a su funcionalidad, y por otro lado es la que más ha sufrido los avatares de los siglos posteriores.
Tantas reformas sucesivas habían traído consigo curiosas consecuencias. Por ejemplo, durante en un determinado momento del siglo XVI se llegó a perder la pista sobre la verdadera ubicación de la urna con los restos del cuerpo de San Iñigo. No sería hasta finales de siglo cuando el entonces abad la encontraría empotrada en la parte baja de un altar. En 1598 se encarga el arca de plata adornada con piedras preciosas donde se encuentra la urna actualmente.


Los siglos XVII y XVIII representan una lenta decadencia del monasterio. Para lamento del visitante actual, aún se tienen recursos para sustituir la mayor parte de los retablos por otros barrocos y churriguerescos, siguiendo las modas de la época. De la primitiva época apenas tenemos el altar del Rosario, medio oculto en uno de los laterales, caracterizado por varios pináculos dorados. Además de ello encontramos un par de cristos románico-góticos.

A mediados del XVII se produce un primer derrumbe en la capilla de la Virgen y se reforman ésta y la capilla del Cristo, alterando peligrosamente la estabilidad de la torre románica.

A mediados del siglo XVIII se retira el altar mayor y se crea una nueva capilla a modo de ábside en donde se levanta el baldaquino donde ahora reposan los restos de San Iñigo. A mediados del siglo XX una devota legará su patrimonio para reparación del arca. Se añade entonces la cruz de plata y se tapizan las paredes de la arquita interior con los damascos que colgaban del presibiterio.

Una representativa crónica de la relajación moral que sufre el monasterio a finales del siglo XVIII la tenemos a través de una serie de cartas conservadas del padre Iñigo Guerra enviadas al padre general de la Orden. Guerra relata una serie de alarmantes irregularidades: elección de cargos sin tener méritos ni experiencia suficiente, convites y excesos en la comida, abundando el chocolate y los bombones, faltas de desobediencia frente a superiores, aparición de la costumbre de tener criado personal, conversión de algunas celdas en lujosas habitaciones, ignorancia de la regla de clausura, ausencia generalizada en las oraciones, con la consiguiente indignación del pueblo…ante la apatía y connivencia del abad.

Frente a esta situación, Guerra insiste una y otra vez al Padre General en que realice una visita de inspección al lugar, esperando que pueda poner las cosas en su sitio. El susodicho ignora dichas peticiones y parece desentenderse del problema. Finalmente llega el momento de la visita periódica y, aunque Guerra es destinado por el Abad a Tartalés de Cilla para evitar su intervención, éste se presenta en persona de improviso ante el visitador que, ante su insistencia, promete presentar las quejas en el consejo que se iba a celebrar al día siguiente. Pero esa misma noche el visitador marcha en secreto de Oña por una puerta falsa, para evitar tener que tomar cartas en el asunto.

2 comentarios:

Abilio Estefanía dijo...

Hola Montacedo ¿tienes enchufe para poder hacer esa foto de san Salvador? vaya tío.
Otra buena entrega de la historia del Monasterio y su importancia.

Un abrazo

Montacedo dijo...

Bueno, en realidad está sacada de la web del Ayuntamiento. La foto del arca en Blanco y negro es del libro de Barreda, del siglo XVIII, pero vuelto a publicar a principios del XX.