Pese a que nuestra provincia no responde en su mayor parte a los cánones de superficies llanas que se suponen asociadas a Castilla, sí que tenemos buen número de llanuras y páramos. Sin embargo, tal vez la planicie más llamativa sea una de las más desconocidas.
Estoy hablando del páramo de Corcos, una superficie prácticamente horizontal de unas 10.000 hectáreas de las que más de dos terceras partes corresponden a Burgos y el resto a Segovia. Estamos muy cerca del trifinio entre ambas provincias y la de Valladolid y el acceso más directo se realiza desde el pueblo de Valdezate. Las diferencias entre el punto más alto y el más bajo no llegan a los veinte metros.
Encaminando con mucha más frecuencia mis pasos hacia los marcados relieves del norte y el oriente Burgalés; mis ojos no son sin embargo ajenos a la atracción y a la vez desasosiego que producen estos amplios parajes sin puntos de referencia; que muestran en primavera un efímero colorido antes de dar paso al tórrido verano y al implacable inverno.
Tan pocos puntos de referencia hay en este lugar, que en su momento se decidió que el mejor lugar para situar un vértice geodésico era la cúspide de los restos de una torre medieval, el torreón de Corcos. Según algunas hipótesis, estos restos se corresponden con una antigua torre defensiva propiedad del conde de Miranda. De hecho buena parte del terreno del páramo de Corcos pertenece al pueblo de Haza, también en su momento regentado por dicho conde, pese a que no existe continuidad geográfica con los terrenos anexo a dicha localidad (un exclave, vamos).
La efímera primavera nos acompaña camino de la torre de Corcos |
Quizá tenga más base la propuesta de que esta torre se corresponda con lo poco que queda de la iglesia del antiguo poblado de Corcos, que en su momento dio nombre a todo el páramo. Despoblado muy probablemente a finales del siglo XVII o principios del XVIII, cuenta la leyenda que el hecho tuvo lugar por una maldición de una bruja que envenenó la única fuente permanente y acosó a los vecinos con una implacable plaga de serpientes. Más allá de la tradición popular, existe constancia de las quejas de los vecinos de los muchos rigores del clima, que acababan los más de los años con sus cosechas.
En la última foto, posibles restos de antiguas casas |
Fueron los vecinos de Fuentelisendo los que, una vez despoblado el lugar, obtuvieron permiso del Obispo de Osma para aprovechar cuanto pudieran del abandonado templo. Muchas de las piedras sirvieron para reconstruir su propia iglesia. Sabemos que ambos edificios eran románicos; pues se conservan sendas pilas bautismales de dicha época en el interior de la actual parroquia. Lo que no sabemos es si los restos existentes en su fuente; de la que ya hablamos aquí hace un tiempo, correspondían a uno u otro lugar.
Casi en el otro extremo de la planicie se encuentra un aislado y centenario serbal; que pese a ser relativamente pequeño es perfectamente distinguible a varios centenares de metros de distancia.
A unos pasos se encuentra un ejemplar más pequeño y dos nogales y, entre medias, un montón de piedras que en el lugar se conocen como casa del cura o casa del Dómine; una denominación que hace que la imaginación vuelva a volar.
La alondra otea desde uno de los múltiples montones de piedra que los agricultores recrecen año tras año para hacer cultivables las fincas. Son los únicos relieves de un paisaje vigilado a lo lejos por el contundente Pico Cuerno; el punto más sureño de nuestra gran provincia.
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