Una vez visitadas las loberas más conocidas de Merindades (seguro que hay alguna más que se le escapa al autor de este blog) vamos a hacer un artículo recopilatorio que ha de ser necesariamente breve. Aunque probablemente no sea necesario, queremos dejar bien claro que nuestro gran interés por este excepcional patrimonio etnográfico no supone ningún tipo de añoranza de esta salvaje manera de cazar animales que afortunadamente pertenece ya al pasado.
Las loberas eran unas estructuras diseñadas para la captura de los lobos que consisten básicamente en dos paredes convergentes que acababan confluyendo en un foso. Para su uso es necesaria una batida del territorio de manera que se acorrale al animal entre los muros y no le quede otro remedio que caer en el agujero, en donde era abatido con piedras y, más recientemente con escopetas.
Este funcionamiento tan aparentemente simple guarda una serie de aspecto más complejos que pueden pasar inadvertidos. En primer lugar, había que escoger los lugares más adecuados tanto desde el punto de vista de lugares en los que pudiera transitar el lobo como para tender la emboscada. Era habitual aprovechar vaguadas naturales, así como ubicar las loberas cerca de riscos, lo que acrecentaba la superficie cubierta por la lobera y por lo tanto su efectividad.
Por otro lado, también era precisa la existencia de un procedimiento coordinado para el desarrollo de las batidas, regulado por las correspondientes ordenanzas, de manera que en cuanto alguien avistara al animal se pusiera en marcha lo más rápidamente el mayor número de personas.
En la propia construcción de la lobera había una serie de detalles importantes. Había que dejar una serie de portezuelas en los muros para facilitar la entrada de los últimos cazadores, aquellos que evitaban que el lobo se pudiera dar la vuelta (y también para facilitar el tránsito en las épocas en que no se usaba la estructura). A tal efecto existían también las llamadas “cabañuelas”; pequeños cobijos formados por varias piedras en donde el cazador se escondía hasta que el animal superaba su ubicación.
Los muros (por cierto, todos construidos a base de “piedra seca”, ahora que está tan de moda) empezaban a una altura muy baja, para evitar que el lobo se diera cuenta del engaño, e iban ganando altura a medida que se acercaban al foso para evitar un último salto a la desesperada. También con este objeto, las piedras de las últimas filas de las paredes y foso estaban inclinadas hacia el interior; e igualmente se colocaban grandes piedras en el foso para dificultar que la fiera pudiera tomar impulso. Es preciso reflexionar incluso sobre el tiempo necesario para buscar, transportar y colocar esta ingente cantidad de piedras.
El foso, para el cual a menudo se intentaba aprovechar una oquedad natural, estaba diseñado para que existiera un pequeño cambio de rasante inmediatamente antes del mismo, para evitar que el lobo pudiera visualizarlo antes de llegar al mismo. Para aumentar este efecto, a veces se colocaba una traviesa de madera o parapeto justo antes del hoyo, de manera que el cánido se veía obligado a saltarla encontrándose a continuación el vacío bajo su patas. En ocasiones el propio foso era camuflado con ramas. Por la parte exterior del foso y de la última parte de los muros existía a media altura una especie de repisa para que la gente se subiera y desde allí apedrear al animal.
Y resulta que de estas excepcionales estructuras, de las que apenas quedan unas pocas docenas en toda la península, la mayor concentración la tenemos en el norte de Burgos, y especialmente en la zona de Losa. A continuación ponemos un mapa con la ubicación de las mismas. Posteriormente indicamos el enlace a los artículos correspondientes, en donde encontraréis detalles más concretos de cada una de ellas.
De todas estas loberas, la situada a mayor altitud es la del Alto del Caballo, a 1248, y la menor es la de La Barrerilla a 825 metros. Se especula con la posibilidad de que todas, o al menos parte de las loberas de Merindades estuviesen diseñadas para funcionar como un sistema en red (de oeste a este) que ampliaría las posibilidades de que fueran capturados más lobos, mediante los efectos sinérgicos que permitirían poner en marcha una nueva batida si se había escapado el lobo de la anterior.
De las ordenanzas para regular estas batidas, la más completa que se conserva es la del Valle de Losa, cuya primera versión se remonta al menos al siglo XVIII. En las mismas se describe pormenorizadamente las responsabilidades de cada pueblo en las batidas, así como las tareas de cada tipo de participante. La caza contribuía a reforzar la cohesión y solidaridad tanto entre los vecinos como entre los diferentes pueblos afectados. Los gastos ocasionados por las batidas eran costeados con los arbitrios o impuestos especiales que se recaudaban para financiar los gastos municipales, y mediante la contribución obligatoria de los propietarios de ganados foráneos trashumantes. Se cree que en algunas batidas se podía llegar concentrar cerca de un millar de personas.
Podríamos transcribir aquí estas ordenanzas, pero nos parece aún más interesante recoger la descripción que realizó en 1787 el Corregidor de las Siete Merindades de Castilla, en respuesta a la Corona sobre las características de la comarca:
“hácese en esta Merindad de Losa mui buen queso de oveja y cabra, pero muy pequeños. Tienen la policía de perseguir mucho a los lobos y demás fieras, para lo que, en sus montes y hazia aquellos parajes en que suelen asistir y ocultarse estas fieras, tienen hechas oyas sumamente ondas; y de labios esteriores de ellas, dos paredes bastante altas a piedra seca que se ban abriendo, al paso que se prolongan hasta abrazar buena parte del monte. Sobre el labio interior del oyo, de pared a pared, esta puesto un parapeto de vardada como de cinco cuartas de altura para que impida a la fiera pueda reconocer el daño en que va a caer.
Las ordenanzas xenerales mandan que el primero que vea el lobo o alguna mortandad, si ha executado, pique las campanas de su pueblo en aquel modo que tienen determinado, y a la voz de ellas, inmediatamente todo vezino de la Junta en que sucede, es preziso que, dejando toda labor acuda a incorporarse con el resto de los habitantes de sus pueblos a quienes preside el rexidor o procurador síndico de ella o su teniente, en su ausencia.
Junta la gente, y manifestado el sitio en que se bio la fiera, se dispone la vatida. Los escopeteros se disponen cerca del oyo, resguardados de espaldonizos de piedra para que uno a otro no puedan ofenderse. Para poder tomar estos sitios sin ruido, tienen entradas por las paredes referidas que se cierran con pies derechos de árboles. Quando a los que toca ser batidores conozen que los escopeteros han podido tomar estos sitios, hechan su batida dirijiéndola a incluir su fiera entre las citadas paredes, lo que no es mui difícil. Los perros que llevan para ella hazen que corra con violencia. Luego que llega a los espaldoncitos, cada uno de los que los ocupan la debe disparar, pero con la precaución de que sea después de haber pasado de su sitio. Y como cada vez es más frecuente el fuego, tanto más se ciega la fiera y así, en llegando al parapeto se arroja a saltarle con lo que queda en medio de la hoya donde es imposible salga. Y de este modo, son pocas las que escapan sin ser luego muertas ni ocasionen daño”
Sabiendo todo esto, no podemos más que entristecernos sabiendo el lamentable estado en que están la mayoría de loberas de Merindades, sin que parezca importarles en exceso a los que podrían tomar cartas en el asunto.