Hablábamos en nuestro anterior
artículo de un monasterio desaparecido sin apenas dejar rastro y retomamos
nuestros escritos con este monasterio, este sí en activo y relativamente
conocido. El monasterio cisterciense de
Santa María la Real se ubica en el mismo casco urbano de Villamayor de los
Montes, muy cerca de la localidad de Lerma y de la autovía A-1. Ello hace que
sea bastante fácil acercarse hasta el lugar, aunque no sea más que por probar
las ricas pastas que siguen elaborando las monjas.
El origen de este monasterio hay
que vincularlo a la figura de García Fernández, personaje muy presente en la
corte real entre finales del siglo XII y principios del XIII. De incierto
origen, tuvo gran influencia en las cortes de Alfonso VIII y Fernando III el
Santo, y fue designado como ayo o tutor del futuro Alfonso X el Sabio, parte de
cuya educación se llevaría a cabo en las posesiones de García en el pueblo de Villaldemiro.
En 1223 García toma bajo su
protección un monasterio preexistente de carácter familiar, dedicado a san
Vicente, advocación que aún conserva. La carta original por la cual los
antiguos propietarios ceden el monasterio se conserva en el archivo del
monasterio. También se conserva el documento del acto de fundación como tal, en
1228, en la cual García cede la propiedad al monasterio, junto con una amplia
dotación inicial, y lo deja bajo el amparo del monasterio de las Huelgas. La
primera abadesa es doña Marina, profesa en el monasterio de las Huelgas y
cuñada de don García, que tuvo gran influencia en todo este proceso. A la
abadesa acompañaron doce monjas profesas, que constituyeron la primera comunidad
de Villamayor
Este patrocinio se irá ampliando
por las donaciones de García y herederos. Don García muere hacia el 1250 y sus
restos son enterrados en Villamayor, donde aún reposan. Los Fernández acabarían
entroncando con los Manrique, cuyos trece besantes o monedas figuran en varias
partes del monasterio. También el rey Fernando cedería muchas herencias y derechos
al nuevo cenobio. Las propiedades adscritas al convento se situaban
fundamentalmente en la comarca pero por ejemplo figuran
algunas en las localidades cántabras de Polanco y Villescusa de Ebro.
Pasando a lo constructivo, al
exterior observamos un edificio compacto y sobrio. Llama la atención la
existencia de dos iglesias, con sus correspondientes espadañas. La más pequeña
se corresponde con la parroquial del pueblo, que aparece como embutida en el
monasterio.
La entrada principal del monasterio muestra una alargada fachada en la que aparecen los escudos de los fundadores y los de la familia Echevarría (también propietarios de la Granja de Villahizán) que en los años 60 patrocinaron la restauración del convento.
La entrada principal del monasterio muestra una alargada fachada en la que aparecen los escudos de los fundadores y los de la familia Echevarría (también propietarios de la Granja de Villahizán) que en los años 60 patrocinaron la restauración del convento.
La iglesia transmite elegancia y
sobriedad, obedeciendo al arte gótico. En la misma encontramos el sobrio
sarcófago (se observa en la parte derecha de la siguiente imagen), trasladado aquí en 1972, en donde se encuentran los restos del
fundador. Anteriormente se encontraban en un sepulcro de madera muy deteriorado (uno similar, que cobijaba a su hijo, se encuentra actualmente en el museo Fogg
de Estado Unidos). Encontramos también otros sepulcros de las familias patrocinadoras del
monasterio.
El coro abacial se quemó en un
incendio acontecido en 1575. El que vemos ahora data del siglo XVII y es mucho
más sencillo. Otros incendios acontecieron durante la ausencia en Lerma y en
1721, en el cual según parece incluso se fundieron las alhajas de la sacristía.
Por cierto, el traslado forzoso a
Lerma tuvo lugar en 1617, debido a la presión del Duque de Lerma a la Santa
Sede. La caída en desgracia de éste último permitió el
regreso diez años más tarde. Como compensación la Casa Ducal pagó a las monjas
11.000 ducados (utilizados según parece para la construcción del coro que ya hemos citado). Se cuenta una leyenda relativa a este periodo, según la cual
dos monjes, uno con hábito negro y el otro con el sayo blanco, tal vez los
espíritus de San Benito y San Bernardo, vigilaban el monasterio día y noche
para evitar que los ladrones cometieran tropelías en su interior.
El claustro es muy sencillo, al
gusto cisterciense, pero extremadamente armonioso. Recuerda lejanamente, lo
mismo que la iglesia, a las formas del Monasterio de las Huelgas.
Muy interesante y original,
aunque puede pasar inadvertida, es la alfombra pétrea que se remonta al siglo
XVI. En la misma aparecen diversos motivos, entre los que figuran escenas de
animales y el escudo de las familias donadoras del monasterio. Este peculiar y
valiosísimo enlosado formada a base de cantos redondeados ha sido restaurado
parcialmente.
Estrella hexapétala, tan abundante en las fachadas de las casas de la zona
Escudo de los fundadores
círculos entrelazados
escena de caza
Podemos citar un pequeño milagro
acontecido en el año 1942. Necesitando el cenobio de agua para cultivar la
huerta, las monjas rezaban para encontrar el lugar más idóneo para cavar un
pozo. Una ráfaga de viento quitó de manos de una monja un breviario que cayó al
suelo, y la abadesa ordenó cavar en dicho punto encontrándose agua con facilidad. La obra fue sufragada por el
arzobispo de Valencia, don Prudencio Melo, cuyo nombre aparece grabado en la
piedra junto a la que surgió en manantial (hasta se cuenta que esta piedra
tiene forma de corazón). Lamentablemente no podemos constatar este hecho pues
la piedra y el pozo se encuentran en la zona de clausura.
Hoy la comunidad de Villamayor la
constituyen aproximadamente una decena de monjas. Además de los productos de
repostería aún siguen vendiendo, como desde hace siglos, una peculiares “cartillas”
a modo de protección de la brujería.
Esta original reminiscencia de la
religiosidad popular contiene unas imprecaciones escritas en latín y castellano
de contenido ciertamente llamativo, con frases como “Apártate Satanás, nunca me aconsejes cosas vanas, son males que tú
mismo das, tu propio veneno bebas. La santa cruz sea para mí la luz. Que el
Dragón no sea quien me conduzca”. Tradicionalmente estas cartillas eran
empleadas como protección ante las enfermedades del ganado, colocándose en
lugares bien visibles de los establos.
Si queréis saber más sobre la
vida en el monasterio de Villamayor de los Montes puedes consultar su amplia página web.
La semana pasada he visitado este Monasterio y aparte de los exquisitos dulces de las hermanas, quedé impresionado por la sencillez y armonía del Claustro. Por supuesto, que mis gustos artísticos tienden más a la decoración del claustro de Silos, pero quedé impresionado. También la hermana guía que me enseñó las dependencias era encantadora. Los dulces que traje han desaparecido por arte de encanto. Una pena que no se puedan encontrar en mi tierra. Gracias por tu blog. Me ha servido de mucha ayuda.
ResponderEliminarNo hay de qué.
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