Uno de esos lugares recónditos y míticos de la provincia de Burgos, llenos de melancolía y misterio, son las ruinas del Monasterio de Nuestra Señora de los Lirios de Alveinte.
Tras al menos una docena de años sin visitar el lugar decidimos acercarnos al mismo partiendo a pié desde el pueblo de Monasterio de la Sierra (al que da nombre). Desde el caserío salimos del pueblo por las calles de la parte derecha de la calle principal. Tras un corto descenso desembocamos así en la ladera izquierda del valle formado por el Arroyo Valladares y en la dehesa que cerca al pueblo.
Aquí vistas del pueblo a nuestras espaldas.
Aquí una bifircación en la que se nos indica el camino de la derecha.
Sendero de robles juveniles.
Pequeña pradera en la parte final.
El monasterio se encuentra en un cercado semiabandonado. El acceso más directo se encuentra por la parte derecha, aunque también podemos rodear todo el recinto. En todo caso deberemos sortear la valla (en algunos sitios está prácticamente derruida).
Y llegamos a las ruinas de monasterio, tras más de 3 kilómetros. Lo más visible es la cabecera con los restos de ventanales góticos.
Desde aquí se ven las obras de acondicionamiento del embalse de Castrovido. Al fondo la presa. Es evidente que el agua no llegará a cubrir estas ruinas, ni siquiera se quedará cerca.
Leyenda y realidad se confunde al intentar vislumbrar el origen de este monasterio; al que algunos atribuyen una fundación Templaria. Una tradición habla de un origen “demoniaco” del monasterio, de un acuerdo entre los caballeros y unos diablillos, según el cual, y siempre desde una base de fábula, para levantar el edificio se empleó como argamasa las almas pecadoras de los templarios y de aquellos maléficos seres. Se dice que, cada vez que uno de estos espíritus se libera, cae una piedra de los sillares del templo.
En todo caso el monasterio que hoy vemos fué fundado en los primeros años del siglo XV por Fray Lope de Salinas, un franciscano burgalés emparentado con los condes de Haro, señores de Lara y futuros condestables de Castilla, quienes donaron todo el terreno. En la mente de este monje la soledad y agreste naturaleza del lugar eran precisamente sus mejores atractivos; es de reseñar que en las cercanías no hay ninguna localidad, ni siquiera un camino de mínima importancia.
La construcción y periodo de mayor bonanza del monasterio parece coincidir con la vida del fundador. Los sucesores no mostraron gran interés por el lugar y es tradición popular que a este monasterio eran enviados como castigo los monjes más díscolos e indisciplinados. De ahí eso de:
"fraile, ¿que hiciste?, ¿que a Alveinte viniste?".
Y así pareció discurrir la cronología del monasterio sin mayores notas de interés. Ya en su agonía fué uno de los refugios del Cura Merino durante la guerra de la Independencia, y por ello sería incendiado por los franceses. Con la desamortización de 1835 vendría el fin de su ocupación. A principios del XX sus muros fueron volados para utilizar la piedra en una central hidroélectrica cercana.
La imagen gótica de la virgen de los Lirios, de cierta tradición por aquel entonces, fué objeto de disputa de los pueblos cercanos y señala la tradición oral que la fuerza divina impedía su traslado a cualquiera de los pueblos que no fuera Monasterio, que es donde a día de hoy reside. Cuenta la leyenda que una mujer de Salas de los Infantes, tan influyente como devota, no pudiendo llevarse la imagen entera -que data de 1440- mandó cortar la mano derecha de la imagen de la Virgen. Al quedar manca la Virgen se construyó una de mármol y se reemplazó, aunque en 1970 fue sustituida por una de madera.
Hace unos años un franciscano originario del pueblo retomó la tradición de la romería anual con la talla hasta lo que queda del monasterio, y así sigue ocurriendo a día de hoy, al menos por lo que hemos podido saber, a mediados de agosto. La misa se celebra en la iglesia y la comida popular en la campa que aparece en una de las fotografías.
He estado este fin de semana en las ruinas del monasterio de Alveinte y, ciertamente, es un sitio recóndito y rodeado de cierto encanto misterioso. Nos costó dar con el sitio aún cuando lo teníamos prácticamente delante de nosotros. El camino desde el pueblo, como dices, es espectacularmente bonito. Merece la pena, desde luego.
ResponderEliminarGracias por tus palabras.
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