En el exterior de la sencilla iglesia de San Millán de Juarros encontramos una sencilla placa de mármol que hace referencia al antiguo monasterio de San Cristóbal.
Buscamos ese “enfrente” citado en la placa, camino del cercano cementerio. Junto al mismo, encontramos unos ralos muros, informes e irreconocibles, probablemente correspondientes a la cabecera de la iglesia, que junto con una valla perimetral son los únicos rastros visibles del recinto religioso.
Es llamativo el hecho de que la desaparición física de este monasterio haya sido tan rápida. Tanto que incluso muchos ni siquiera saben que existió o donde se ubicó, teniendo en cuenta su importancia histórica y que estaba situado en un emplazamiento relativamente cercano a Burgos y con buena accesibilidad.
Las referencias legendarias asocian la fundación de este cenobio nada menos que con el Cid, a finales del siglo XI. Lo cierto es que un documento de 970 ya indica la existencia de vida monástica en el lugar. Mucho más concreta es la amplia donación efectuada por Alvar Díaz en 1107 al monasterio de “sancti Christophri de Evea”. Ya en 1146 el propio rey Alfonso VII lega al abad distintas propiedades. Donaciones posteriores confirman además que los ocupantes del recinto siguen la regla premostratense.
Vista del interior de la valla perimetral, hoy una simple tierra de cultivo |
Según la tradición, en San Cristóbal se depositaron los pendones arrebatados al ejército aragonés en la batalla de Calahorra de 1159. La abadía de San Cristóbal sirvió de matriz para la creación de Bujedo de Pandejares, cuyos edificios afortunadamente aún se conservan. San Cristóbal llegó a regentar hasta 15 iglesias en la zona, así como capillas en otras; y varias granjas entre las que destacaron las de Quintanar, Mijaradas y San Miguel de Villapedro. Asimismo regentó una fábrica de papel en Ibeas, reedificada en 1583, con iglesia propia construida de nuevo en 1786 con unas condiciones especiales para no perjudicar a la parroquia.
Durante los siglos XIV y XV sufrió una importante influencia de las familias nobles del entorno que ocasionaron graves quebrantos económicos. Las bóvedas de la iglesia fueron reformadas en el siglo XVI. Siguiendo la tradición hospitalaria y de atención a los enfermos que la Orden Premonstratense tenía, San Cristóbal también administró un hospital (el lugar queda no muy lejos del camino de Santiago) que fue uno de los edificios más afectados a consecuencia del desbordamiento de los ríos Mozoncillo y Cueva, en 1737. En 1786, en tiempos del abad Diego Rodríguez-Mendo, fue instalado allí un Estudio de Filosofía cuyos alumnos más aventajados marchaban a la Facultad de Salamanca para completar su formación. En esos años se construyó una nueva sacristía en sustitución de la anterior.
El 12 de noviembre de 1808 tuvo lugar la invasión de las tropas francesas que permanecieron acuarteladas en las dependencias monásticas, destrozando todo lo que a su paso encontraban y llevándose tanto sus pertenencias como alhajas y ganado. La comunidad tuvo que abandonar la casa que, con el abad Gregorio Martínez, volvieron a ocupar, encontrándose el exterior de la iglesia en buen estado, pero el interior todo desmantelado. Los franceses se habían llevado algunos retablos, vendido los altares colaterales de San Norberto y San Juan Bautista, las losas del pavimento estaban levantadas y la sacristía saqueada. Según parece algunos de estos elementos fueron vendidos al cura de Cardeñuela. Tampoco quedó ni un solo grano, ni una sola bestia de labor, ni una vaca de leche, ni aves de corral, ni animal alguno de pluma, carne y lana.
De todas formas se restableció la vida comunitaria, aunque no mucho después, en 1835 y con la Desamortización de Mendizábal, la comunidad se distribuyó entre las parroquias de diferentes pueblos y tuvo lugar el abandono definitivo. Aquí acabó la historia de un monasterio que acumuló en su historia hasta 115 abades.
Pese al expolio, debía todavía ser digno de ver, pues en un amplio reportaje publicado en 1847 en el Semanario Pintoresco Español aparecen dos imágenes bastante ilustrativas.
A partir de las mismas parece comprobarse que el templo correspondía al periodo románico, con tres naves, siendo la central más alta que las laterales (esta parece que fue una característica en los monasterios mostenses). El edificio habría sido completado en el gótico siendo el resto de dependencias monacales posteriores. El aspecto general no sería por tanto muy diferente del que hoy podemos ver en el citado templo de Bujedo. Agrada, en todo caso, leer el texto de la publicación que nos ayuda a completar la escena. Está disponible en algunas bibliotecas digitales de internet, con lo que aquí pondré sólo algunos fragmentos.
“Su situación es alegre y pintoresca. Yace en un barrio pequeño rodeado de arboledas, cerca de unas colinas no muy altas. […]. El monasterio es muy pequeño; y tanto, que está reducido a un claustro y una iglesia que ocupa la parte septentrional del edificio.
Se entra a este por un patio, cuya perlada, perteneciente al estilo ojival primitivo y sobre la cual hay un tejaroz con canecillos. La portada exterior de la iglesia, y la del monasterio que están inmediatas, son del estilo greco-romano decadente del siglo XVII, y tienen frontones circulares, feamente achatados, con otras extravagancias. La piedra con que están construidas es de granito rojo.
Forman la cabecera de la iglesia tres ábsides semicirculares, de los cuales el de en medio es considerablemente mayor que los colaterales; y estos son en todo semejantes entre sí.
[…]
Los pedestales, basas y capiteles (del ábside central) son completamente caprichosos : estos últimos se diferencian unos de otros, como todos ó los más de la iglesia. Las columnas sostienen ayudadas de una arcatura trebolada cuyos arquitos arrancan de canecillos, unas molduras que corren en derredor del ábside, y con la arcatura y capiteles forman el tejaroz.
[…]
Los tres ábsides son de piedra de sillería muy bien labrada, amarillenta y de granito arenizo, tan limpia y bien conservada como si aquellos acabaran de hacerse. Cada piedra tiene rehundida una letra que parece contraseña.
[…]
Los ábsides, una puerta tapiada que constando de un arco y dos columnas con capiteles revestidos de toscos follajes está cercado ella, algunos canecillos, y finalmente la puerta por donde se pasa del claustro a la iglesia pertenecen [..] al estilo que en Francia se ha llamado Lombardo, [..] Al ojival, impropiamente dicho gótico, pertenece lo restante del templo, que está muy desnudo de ornato.”
Los tres ábsides son de piedra de sillería muy bien labrada, amarillenta y de granito arenizo, tan limpia y bien conservada como si aquellos acabaran de hacerse. Cada piedra tiene rehundida una letra que parece contraseña.
[…]
Los ábsides, una puerta tapiada que constando de un arco y dos columnas con capiteles revestidos de toscos follajes está cercado ella, algunos canecillos, y finalmente la puerta por donde se pasa del claustro a la iglesia pertenecen [..] al estilo que en Francia se ha llamado Lombardo, [..] Al ojival, impropiamente dicho gótico, pertenece lo restante del templo, que está muy desnudo de ornato.”
Por razones para mí desconocidas el artículo no habla del claustro, por lo que no podemos hacernos a una idea de su aspecto. Sólo se conserva actualmente algún resto escultórico: un capitel cuádruple en el Museo de la Catedral de Burgos y otro conservado en una casa de San Millán de Juarros. Los mismos parecen remontar su construcción a mediados del siglo XII. Hay quien dice que el famoso claustro de Palamós se podría corresponder con el de San Cristóbal de Ibeas. No obstante hay registro documental de la edificación de un claustro a finales del siglo XVI, aunque tal vez correspondiera a la planta superior o a algún claustro menor.
En definitiva, un ejemplo más de patrimonio burgalés lamentablemente perdido por la desidia y la rapiña. En realidad, la mayoría de los monasterios de la poco conocida orden de los premostratenses corrieron suerte similar. Actualmente en España no queda ningún monasterio masculino y sólo dos femeninos. Por lo que se refiere a Burgos, sólo dos centros han aguantado el paso del tiempo, el de Bujedo de Candepajares y el de Santa María de la Vid (aunque cambiando de comunidad o uso). En algunos casos, como los de Sordillos o Brazacorta, las iglesias monasteriales se han acabado convirtiendo en parroquiales.
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