Del 2009 databa mi única visita al apartado lugar de Valdearnedo, y el verano pasado (el de 2017) quise volver al lugar para ver cómo había evolucionado la cosa; además de para dedicar algo más de tiempo a contemplar el territorio de las Torcas, un amplio espacio de unas 5000 hectáreas que engloba en su interior únicamente los núcleos de Valdearnedo, Melgosa y Tobes.
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En las primeras imágenes, fotos de los alrededores de Valdearnedo |
Verdaderamente, pocos sitios de la geografía burgalesa son tan inhóspitos y tan poco aptos para desarrollar una vida como el desolador, pero también bello, paisaje de las Torcas. Prácticamente en el centro del mismo se encuentran los restos del despoblado de Valdearnedo.
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Torre de alta tensión una vez desaparecido el pueblo |
Llegar a Valdearnedo no resulta fácil; mejor dicho, no resulta cómodo. Las cuatro localidades que lo rodean por los cuatro puntos cardinales: Carcedo de Bureba, Melgosa, Quintanarruz y Arconada, se encuentran a una distancia similar y están separadas del pueblo por caminos en regular situación (poco aptos para el coche, en cualquier caso), siendo tal vez el camino en mejor estado y más cómodo el de Carcedo y el más cercano el de Quintanarruz.
En uno de los vallejos, algo más feraces, situados en los fondos de este paisaje desarbolado y altamente erosionado, se encuentra Valdearnedo. Sabía que lo que iba a ver no me iba a gustar, pero uno nunca puede prepararse del todo para estas sensaciones.
La iglesia parece haber empeorado mucho en estos pocos años. Aún mantiene en pie la mayor parte de su estructura, pero su aspecto es cada vez más amorfo. No le auguro muchos años. Su interesante fábrica románica ha sido muy castigada por la rapiña de "los listos".
La desaparición hace tiempo de los canes, columnas y los mejores sillares de las esquinas, ha acelerado sobremanera el deterioro. También ha pasado a mejor vida la espadaña.
Una vez en el interior, sorprende el gran tirante de acero colocado para evitar el colapso de la iglesia. La explicación nos la da Elías Rubio en el libro “Los pueblos del silencio”. Al parecer en los años 60 el obispo realizó una visita al lugar y la situación era tan alarmante que dio orden para poner en marcha esta tosca solución de emergencia.
Entre los restos dejados por los saqueadores de tumbas y personas de similar calaña aún quedan capiteles harto interesantes... si estuvieran en otro lugar.
Nos damos una vuelta por el reducido caserío para comprobar las casas también parecen haber acusado mucho estos pocos años, manteniendo tan sólo un halo de lo que fueron. Los últimos pobladores, Valeriano y Agripina, aguantaron hasta principios de los años 80, pese a que sus convecinos hacía tiempo que habían abandonado el lugar.
Tanto la familia de Valeriano y Agripina no otros allegados al pueblo no han perdido del todo el contacto con el mismo, realizando visitas todos o casi todos los años. De ello dan fe algunos de los comentarios que acompañan este artículo. Recomiendo encarecidamente su lectura.
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Panorámica de las Torcas desde el alto Otero (989 mts). Al fondo los Montes Obarenes |