Hace unas semanas tuve la oportunidad de acompañar a los miembros de la Asociación Burgalesas de Amigos de los Castillo en una visita a la torre-castillo de Torrecitores del Enebral. Esta visita me permite a su vez ampliar un poco el artículo dedicado a esta poco conocida construcción.
Se trata de un edificio de gran interés histórico, por su buen estado de conservación y por la conservación de elementos constructivos originales que reflejan fielmente las tendencias de su época. Algunas construcciones han aprovechado sus altos muros para utilizarlos como apoyo, aunque no logran afear la impresión de conjunto.
La torre primitiva, que conforma el núcleo central de la fortificación tiene tres niveles, separados por bóvedas de cañón apuntado. Pudo ser construida a finales del siglo XIV o principios del XV. Posteriormente se rodeó la torre existente con una camisa, tapando varias saeteras y tragaluces. En el siglo XVI se levantó el último piso de la torre y se colocó la cubierta sobre un muro sin almenas llegando a una altura que ronda los 30 metros.
La construcción de la camisa amurallada externa derivó en que la planta baja quedase sin luz ni ventilación. Conserva macizas bóvedas y es bastante probable que fuese utilizada como calabozo (de hecho existe una abertura desde la planta superior que pudo ser usada para proporcionar alimentos e incluso hallamos un olvidado cepo).
Desde el acceso a ras de suelo se puede acceder a estas oscuras estancias o bien subir a al nivel superior de la camisa. Se efectúa este ascenso por una bonita escalera en piedra en el que se localizan hasta tres puertas. Una vez arriba, a un nivel bastante elevado para tratarse de un simple adarve, tenemos ya buenas vistas del entorno.
Desde aquí se puede ingresar de nuevo en el cuerpo principal. Los elementos interiores se encuentran en estado precario, pero se asemejan más a las construcciones de época que otras fortificaciones reformadas. Los suelos y las escaleras son de madera y las divisiones entre pisos son tabiques estrechos de madera de enebro, adobe y yeso. La segunda planta es la principal, destacando una ventana ajimezada en el salón principal. A partir de aquí implica cierto riesgo continuar ascendiendo.
Aunque no llegamos hasta arriba, desde el exterior es fácil distinguir la última reforma del edificio, ejecutada en el siglo XVI. En la misma se elimina el almenado de la torre central y se eleva un piso más. Además se cubrió con tejado a cuatro aguas. Esta planta está construida con sillares a diferencia del sillarejo del resto de la obra.
Repasando un poco la historia, la torre fue el símbolo más claro del señorío que dominaba en este pueblo, en el cual los vecinos, siempre escasos, fueron durante siglos simplemente arrendatarios. Sabemos que la villa y su coto fueron propiedad de la familia Torquemada, una de las más poderosas de Burgos. Los Reyes Católicos dieron posesión de Torrecitores a su servidor don Juan de Ortega, primer obispo de Almería, que yace en las Monjas Doroteas de Burgos.
Los Torquemada, unidos con los Cerezo, fueron mayorazgos y señores de la villa hasta 1709, año en que la titular, doña María Bibiana Cerezo, casó con don Fernando de la Cerda Dentí, marqués de la Rosa. Su nieto y heredero resultó revolucionario y murió exiliado en París en 1829. Ya en el siglo XX perteneció a Doña Leonor Saavedra Collado de Salamanca y Alcázar, marquesa de Viana y vizcondesa de la Rochefoucauld; de ella pasó a su única hija, Silvie Mencie Françoise de la Rochefoucauld, que vendió las posesiones a 27 jornaleros en 1982.
Es preciso indicar que estas posesiones incluían tanto la torre como, y esto era lo que más interesaba a los jornaleros, las casas y unas veinte hectáreas de terreno de media por cada trabajador. Estas proporciones, que no eran igualitarias pues dependieron de la aportación de cada “colono”, determinaron también la participación en la propiedad de la torre. El uso para tareas auxiliares del castillo hasta muy avanzado el siglo XX y la peculiar distribución posterior de la propiedad han permitido que esta torre se encuentre en relativo buen estado y a la vez no haya sido transformada en su interior; caso este muy poco habitual en las fortificaciones de la provincia.
Sin embargo, esta situación también tiene sus contratiempos. Dado que no se trata de una propiedad pública, no se puede acudir a ayudas de las administraciones para afrontar tareas de restauración y puesta en valor. Los propietarios originales se han multiplicado a medida que cada participación llegaba a los siguientes descendientes; complicando cualquier decisión que se quiera tomar al respecto.
Hasta ahora la junta vecinal, con sus escasos medios y la ilusión de los vecinos, ha ido realizando algunas actuaciones, como la reparación del tejado y de las almenas de la “camisa” exterior. En este sentido llama la atención que durante un tiempo la propia torre aportó su propia fuente de ingresos en forma del “palomino” (excrementos de paloma) que se acumulaba por quintales en el interior de la torre y que era bastante apreciada por los viticultores. Hoy el palomino no vale nada y sólo da el trabajo de limpiarlo periódicamente (de hecho en nuestra visita estaba por todos los lados).
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