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viernes, 8 de marzo de 2013

Peñaranda de Duero (I)

Peñaranda de Duero es si duda uno de los pueblos más bonitos y conocidos de la provincia. La estampa del castillo vista desde su plaza es una de las más típicas de nuestras tierras de Burgos. Hace ya casi un año que estuve por la zona y he ido retrasando el artículo relacionado entre otras cosas con vistas a consultar algún libro que me sirviera como base para aportar algún dato especial que no venga en las guías. Pero aunque he dado algunas vueltas, no he conseguido identificar ninguno, así que he tenido que ir haciendo el bosquejo a partir de diversas fuentes.

Peñaranda aparece incluida durante el siglo XI en el alfoz de Clunia y más tarde en el de San Esteban de Gormaz. En 1300 el rey Fernando IV hace merced a Fernán Ruiz de Amaya del señorío de Peñaranda, de quien la adquirió el infante don Pedro, hijo del rey Sancho IV, dejándole en su testamento del año 1317 a su esposa doña María hija del rey de Aragón. En tiempos de Alfonso XI entró el lugar en la casa de Avellaneda por casamiento de doña María Ochoa, señora de Peñaranda, con Diego López de Avellaneda, señor de Avellaneda y Fuente Armejil, en los campos Sorianos.

En esta y siguientes, diversas tomas del castillo

El blasón de los Avellanedas, lobos cebados y orla de aspas, lo heredó el hijo de estos Ochoa Martínez de Avellaneda, que engrandeció su casa con el señorío de Aza, y el nieto Juan González de Avellaneda le dio renombre, en las contiendas de Pedro I y Enrique de Trastámara, siendo preso en la batalla de Nájera en 1367, luchando a favor del segundo.

 
A salvo de las terribles venganzas del rey don Pedro, dejó el señorío en 1409 a su hijo Pedro Núñez de Avellaneda, de quien lo heredó su vástago Juan de Avellaneda, muerto en 1426, recién casado con doña Constanza de Arellano, de cuya unión nació póstuma doña Aldonza de Avellaneda “una de las más hermosas y mas nobles mujeres de estos reinos”.



Doña Aldonza casó en los años centrales del siglo XV con don Diego de Zúñiga, primer conde de Miranda del Castañar. La sugestiva distinción de tan encumbrada dama, lejos de refrenar la galante inclinación del conde, le lanzó por los años 1467 a una pendencia de amores con la condesa de Treviño, a la cual aposentó en el castillo de Iscar, dando lugar al patético asalto de la fortaleza por las mesnadas del conde de Treviño, hijo de la condesa, quien con ayuda de los contingentes del conde de Haro y del marqués de Santillana, pudo arrancar a su madre del lado del apasionado magnate.


Las sombras que empañaron lo blasones de los Zúñigas, se desvanecieron en el siglo XVI con don Francisco de Zúñiga y Avellaneda, tercer conde de Miranda, creador del gran Palacio de Peñaranda, del que hablaremos más adelante.


El castillo de Peñaranda parece un largo y esbelto navío de piedra, anclado en roca viva sobre la cumbre de un cerro. Entre sus líneas de almenas destaca la altiva torre del homenaje, taladrada por ventanas ajimezadas. La puerta abierta al sol de levante, otea en la llanura el alejado boscaje de huertas y arboledas, fecundadas, entre campos amarillentos, por las aguas del Arandilla.


Se suele asociar una fortificación en este lugar con el avance que el año 912 realizaron los cristianos hasta el Duero, pero la construcción actual es obra ya del siglo XV, realizada por los Avellanedas. Tiene cierta relación con los castillos de Gormaz y Peñafiel, pues se alza sobre el escarpe alargado.

 

La puerta está en la parte oriental, con un foso excavado en la misma roca que se pasaba mediante puente levadizo. Después hay dos cortinas de la muralla muy largas y próximas, reforzadas por cubos cilíndricos, entre las cuales queda un estrecho paso por el que se llega hasta la torre del homenaje, que se levanta sobre el centro de la fortificación.

Esta torre del homenaje, cuadrangular, tiene una planta baja con puerta apuntada, más otras tres plantas superiores. En la parte superior está el adarve, con un matacán voladizo y almenas, con aspilleras y troneras. A esta evocadora fortaleza no le son ajenas las leyendas. Así, se narra la historia de la “Cantamora”, un hada encantada de cuya voz aún resuena el eco entre los muros del castillo; y una referente el Diablo, que en una excursión nocturna dejó impresa su huella en la rojiza peña.

El pueblo desde las laderas del castillo. Destacan sobremanera la iglesia y el palacio

En el siglo XVII, la fortaleza debía estar deshabitada y prácticamente inservible, lo que aconsejaba a su propietario, el conde de Miranda, la utilización del palacio que poseía en la villa como depósito de armamento. A pesar de este posible abandono, su monumentalidad y calidad constructiva le permitieron llegar al siglo XX con el suficiente vigor y presencia como para ser considerado uno de los castillos más impresionantes de la provincia de Burgos, lo que le granjeó la declaración de monumento histórico-artístico en 1931. Hoy en día en el interior de la torre del Homenaje se ha instalado el Centro de Interpretación de los Castillos.

Calle típica

El casco urbano alberga valiosos ejemplos de arquitectura popular castellana, así como piezas urbanas de gran interés. La Plaza Mayor o Plaza de los Duques de Peñaranda se consolida en el siglo XVI con la construcción, por los Terceros Condes de Penaranda, del Palacio y la Colegiata que la presiden. Espacio urbano puramente renacentista, se encuentra así presidido por un edificio civil y otro religioso, representación de los poderes del Antiguo Régimen.

Restos de la muralla

Cerrando el conjunto encontramos una hilera de casas entramadas sobre pórticos apoyadas sobre el lienzo de la muralla y bajo las cuales se abre uno de los arcos de acceso al núcleo urbano. En la plaza se encuentra también el Rollo Jurisdiccional y una fuente visigotica reformada por Alonso Gil en 1663. Junto a ella se abre el espacio urbano del ayuntamiento, típicamente castellano, sobre el que se contempla una majestuosa imagen del castillo.

Fachada del palacio desde el atrio de la iglesia. Observad el marmol italiano de la columna


Francisco de Zúñiga y Avellaneda, Conde de Miranda, fue el promotor del palacio que se conserva, que sería realizado en el segundo tercio del siglo XVI. No hay seguridad sobre la autoría del mismo, para la que a veces se apunta el nombre de Francisco de Colonia. Con más fundamento ha sido sugerido el de Felipe de Vigarny para la fachada. En todo caso estamos ante una de las joyas del plateresco civil español.

Típica imagen de Peñaranda, con el palacio dominando el espacio


La fachada principal ocupa una gran parte de la irregular plaza. El sobrio paramento de sillería está rítmicamente abierto con sencillas ventanas en los pisos inferiores, notables ventanales en la planta principal, con marcos de pilastras y frontones curvos avenerados que ostentan las armas familiares. Sobresale la puerta con su mayor decoración, añadiéndose heráldica, pajes, amorcillos, con motivos renacentistas y el busto de Hércules, detalle clasicista propio del humanismo de esta familia y de la proximidad de la romana ciudad de Clunia.

(continúa en el siguiente artículo)


3 comentarios:

  1. Hola Montacedo, con un articulo tan completo y solo es la primera parte, casi no hace falta ni ir a verlo, jejeje.

    Un abrazo

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  2. Parecerá increíble (no tengo perdón), pero aún no conozco Peñaranda de Duero, habrá que poner remedio. El castillo es espectacular.
    Saludos,

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  3. Hola Abilio: me ha encantado leer este reportaje, pues recorrí este pueblo hace un tiempo y es de los lugares que catalogo como para "vivir". Sí, yo catalogo los lugares así... en los que viviría o no. Peñaranda es una maravilla... sus calles, su arquitectura, su paisaje sereno visto desde el castillo...

    Gracias por traerme hermosos recuerdos.

    Un saludo,

    Roser

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