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jueves, 20 de enero de 2011

Mil años en la historia burgalesa a través de una abadía (III)

Sancho García fallece en 1017 y ordena el enterramiento de sus restos y los de su esposa en el atrio de la nueva iglesia. La humildad de estos antiguos dirigentes hace que no se sientan dignos de ser enterrados en el interior de los templos a los que habían legado tantos recursos.
Sancho deja a su hija Tigridia como la mujer más poderosa de todo el condado. Su otra hija, doña Munia o Mayor, había sido casada con Sancho el Mayor, rey de Navarra, en una política de intento de estabilización de la zona. Para el varón, el aún infante García, quedaba la administración del condado.
Para contener el largo enfrentamiento entre León y Castilla, se había acordado el matrimonio del infante García con Sancha, hija del rey de León, y hacia allí se dirige el heredero con vistas a celebrar los esponsales. A las puertas de la iglesia de San Juan, luego San Isidoro, ocurre la tragedia que recuerdan los siglos. El infante García y parte de su séquito son asesinados, presuntamente a manos de la familia de los Vela; nobles alaveses enemistados con los condes castellanos y exiliados en León.

El nuevo rey es Sancho el Mayor, a través de los derechos de su esposa. El suegro se encarga del traslado del cadáver del malogrado heredero hasta Oña, en donde será enterrado junto a los de sus padres. Sin embargo, una antigua inscripción en el sepulcro del infante apunta como culpables de su muerte no a los Vela, sino a la traición de tres nobles castellanos que luego verán mejorada su situación durante el reinado de Sancho el Mayor, pareciendo este por tanto  inductor en la sombra de toda la conspiración.

Sancho el Mayor consigue lo que siempre había deseado, hacerse con tierras castellanas, y se proclama rey de Castilla. Posteriormente obligará al rey de León a casar a su única hija con su hijo mayor, Fernando, poniendo con ellos los cimientos para el fin de la dinastía regia leonesa y comienzo de la castellana.

Sancho se encuentra en Oña con un foco de resistencia. La hermana del conde muerto aún gobierna el cenobio. Pero con la muerte de Tigridia, hacia 1029, el rey de Navarra aprovecha para invertir la situación. Con la excusa de la existencia de vida relajada de monjes y monjas, elimina el carácter dúplice del monasterio, introduce la regla benedictina y unos años después pone al mando a un monje cuya fama de santidad empezaba a despuntar, San Iñigo, que vendrá desde su retiro en San Juan de la Peña.
Con San Iñigo el monasterio verá el periodo de mayor vitalidad espiritual y económica de toda su historia. Fue el tiempo dorado en la observancia de este monasterio, y cuando mayor fue su prestigio, también en el aspecto temporal, pues se incrementaron considerablemente las donaciones. Fue tanta su fama que un obispo llamado Ato o Atto, probablemente el último obispo de Valpuesta, renunció a su obispado viniendo a integrarse este monasterio (sus restos aún se conservan, según la tradición, en el monasterio).

Oña es uno de los primeros monasterios españoles en introducir la regla benedictina. Esta decisión no tiene un fundamento exclusivamente espiritual; en aquel entonces a todos los monasterios dependientes de San Pedro de Cluny se les concedía la independencia y protección espiritual y relación directa con la Santa Sede, cosa que Oña conseguirá finalmente mediante una bula emitida por el Papa en 1095 y ratificada en 1104. Esta bula servirá en el futuro como defensa al monasterio ante los intentos de control por parte del obispado, la nobleza o los gobernadores de la congregación religiosa. San Salvador se convertirá con el tiempo en ejemplo de cenobio cluniacense, sirviendo incluso como lugar de formación para dirigentes de otros monasterios.

Sancho el Mayor muere en 1035 y, como muestra del interés tomado en el monasterio, deja señalado tal lugar para su enterramiento y el de su esposa. A su muerte divide el reino entre sus dos hijos. Para Fernando quedará Castilla y para García, Navarra, incluyendo todo el norte del antiguo condado castellano, (Oña inclusive).

Fernando considera una afrenta el reparto e inicia una campaña para recuperar tales territorios. Mientras tanto, podemos comprobar la importancia de la figura de San Iñigo por el hecho de que el monasterio recibe en este periodo donaciones de ambos dirigentes. Las hostilidades llegan a un punto crucial con la derrota del ejército navarro en Atapuerca en 1054. El propio San Iñigo acompaña al rey García en sus últimos momentos en el campo de batalla.
Merece la pena dedicar unos párrafos a la figura de San Iñigo. Fue nacido en Calatayud, lugar del que sigue siendo el patrono. Fallece en 1068 y su canonización data del año 1163 facultando el papa al obispo de Burgos para elevar su cuerpo. Este acto se lleva a cabo en Oña en 1165, durante el cual según Barreda un ciego cobra la vista. Uno de los milagros nos los narra el burgalés Padre Flórez en su España Sagrada:

Padeció la Bureba y el valle de Oña, con todos sus contornos, una esterilidad tan molesta que ni los jornaleros ni los labradores tenían pan y aún el monasterio andaba tan apurado que algunos días los monjes vivían sin comer. No tenían los pobres más refugio que las puertas del monasterio y como el santo, que desde su mocedad fue compasivo, los socorriese; corrió tanto la voz que familias y lugares enteros acudían allí, y todos sus contornos se llenaban de gente. Compadecido el abad de tanta multitud, mandó traer cuanto pan hubiese en la casa, y todo se redujo a tres panes. Pero lleno de fe, esperanza y caridad, dijo: ¿Por ventura no puede Dios sacar pan de las piedras? Y partiendo los panes fue repartiendo a los pobres, con tan maravilloso prodigio, que después de alcanzar para toda la multitud, sobraron tres panes. Pero refinó Dios mucho más el milagro: porque aquellos tres panes se fueron multiplicando tan copiosamente, que aunque cada día acudían a la limosna más número de pobres, duraron cuatro meses, hasta que llegó la cosecha”.
El culto a San Iñigo se extiende durante los siglos XIII y XIV en Castilla, Navarra y Aragón. A san Iñigo se le invocaba sobre todo en las sequías y el padre Núñez en 1610 escribe que los de Briviesca tenían tal devoción a este santo que: “todos los años que han tenido y tienen necesidad de agua vienen a esta casa y capilla en procesión a pedir al santo y les sucede siempre que van mojados hechos una sopa de agua y así vienen por la mayor parte prevenidos con capotes y capas para resistir el agua”. También se utilizaba un hueso del santo para humedecerlo en el agua que luego se daba a los enfermos.

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