En el centro de un aislado
anfiteatro rocoso cubierto por una espesa masa vegetal, en las postrimerías
orientales de los Montes Obarenes, se halla emplazado el monasterio de Herrera.
De hecho, el nombre de Herrera tal vez se deba a la similitud con la forma de
una herradura de la planta del valle.
Hoy el ya de por sí apartado lugar se encuentra aislado del mundo
exterior por un alto muro y por la rigurosa clausura de sus actuales
habitantes, un pequeño grupo de monjes camaldulenses.
Los orígenes de la vida religiosa
del lugar podrían relacionarse con la probable existencia en la zona de un
conjunto eremítico. De lo que sí que se tienen datos es que el este convento es
heredero del perdido monasterio de Valdefuentes, cercano a Villafranca Montes
de Oca (la ermita homónima aún puede verse a la vera de la N-120), que luego pasó a Sajazarra, en La Rioja, y luego a
Herrera; en forma del priorato benedectino de San Juan de Ferrera.
En esta zona poseían los reyes de
Castilla unos amplios terrenos montuosos que utilizaban como cotos de caza, y
probablemente un pequeño palacio, el cual habría sentado las bases del
monasterio actual.
Fue el rey Alfonso VIII el que a
finales del siglo XII apoyaría la instalación de los monjes cistercienses,
dotándoles de las propiedades regias en el lugar, incluyendo el cercano
castillo de Bilibio y unas salinas próximas al monasterio. En todo caso las
heredades más productivas se encontraban en las fértiles vegas riojanas,
destacando 11 granjas cerradas, entre ellas el todavía enclave burgalés de Ternero.
Ya desde la Edad Media, el
Monasterio se vio obligado a competir con los cercanos centros pujantes de
Miranda de Ebro y Haro, que aprovechaban los periodos de desprotección real
para ir haciéndose con los derechos del convento. De hecho la ermita de San
Juan del Monte perteneció a Herrera hasta mediados del siglo XVI, cuando acabaría
siendo intercambiada con la ciudad de Miranda de Ebro por otras propiedades.
Las modestas salinas cercanas fueron
del monasterio desde la fundación, en 1176, hasta que la corona se las reservó
para sí en 1338, junto con las demás salinas del reino. Con posterioridad el
monasterio conservó ciertos derechos de acceso preferencial a algunas de las
eras o a su producción, aunque de forma limitada en principio a las necesidades
del propio monasterio.
Según datos del Diccionario de
Madoz, mediado el siglo XIX en el lugar se producían entre siete y ocho mil
fanegas anuales, surtiendo a las provincias de Logroño y parte de las de Burgos
y Soria. Abandonadas en los años 60 del pasado siglo, aún quedan restos de los pozos de extracción, de las balsas de
almacenaje y de las eras de secado.
En todo caso, los datos nos
proporcionan un dominio monasterial de unas 4000 fanegas de sembradura a
mediados del siglo XVI, sin contar las del entorno del monasterio, más unos
1300 trabajadores de viñedo. Los beneficios cayeron en picado a partir del
siglo XVII, cuando a la decadencia política se fue sumando la mala gestión y
dejadez. Jovellanos visitó el monasterio en el siglo XVIII y no sacó buena
impresión, describía entre otras cosas una bella huerta pero abandonada y mal
cuidada.
Según parece la iglesia de los
primeros siglos consistía en un templo gótico de gran belleza, que destacaba
sobre todo por su cimborrio. Este templo se vino abajo con ocasión de una
reforma en 1680. De este edificio se conservan algunos muros, parte de una
crujía del claustro y el antiguo refectorio. En el monasterio se conservaron
durante un tiempo unas supuestas reliquias del “lignum crucis” y una venerada
imagen románica de la virgen.
El periplo del secular monasterio
acabó, como el de tantos otros, en 1836, con ocasión de las desamortizaciones. Aunque
durante sucesivos periodos fue ocupado el lugar por carmelitas descalzos y por unas monjas francesas
capuchinas, desde 1923 habitan el lugar los camaldulenses. Los
miembros de esta rigorista orden fundada en el siglo XI por San Romualdo en
Camaldoli (Italia)– su convento burgalés es el único abierto en España – se
rigen por estrictas reglas, mezcla de vida eremítica y en comunidad, y están
protegidos por una infranqueable clausura.
Hola Montacedo,vaya historia la de sete monasterio y lo de las salinas que no tenia idea de ellas,otra entrada muy instructiva y buena,gracias por compartirla,un saludo.
ResponderEliminarPor la zona lo conocen como El Yermo. La primera vez que fuí por allí (hará cosa de 20 años), solo, y en bici desde Haro, aún existía una noria de madera en una de las casas al lado de los estanques de sal en las salinas.
ResponderEliminarY la siguiente vez, poco tiempo después, fuimos tres chavales en bici desde el camping de Haro de aventura por allí. LLamamos a la puerta del monasterio, nos abrieron, nos enseñó un monje la iglesia, la huerta y el manatial de dónde se surtía el monasterio. También nos enseñó la casita dónde vivía él. Había varias más dónde vivían el resto de la comunidad. Nos contó eso de que sólo estaban ellos en España. Que eran muy poquitos, no llegaban a 10 o así. El era peruano y llevaba allí unos años ya. Que durante los últimos años, había sido residencia de ancianos o algo así de Miranda y que después nada. Sobrevivían gracias a lo que les daba la tierra, lo que vendían y poco más. Al salir, nos regaló un bote de miel y una postal para cada uno. No he vuelto a pasar por allí, sólo lo he visto desde las alturas de los montes que lo rodean.
1 saludo
Que historia tan evocadora nos cuentas!! Me suena a esas infancias ochenteras (casi tipo verano azul) tan diferentes a las de hoy en día. Las salinas la verdad no me puse a explorar, lo mismo queda algo de los pozos y la noria aunque debe ser potencialmente peligroso acercarse.
ResponderEliminarHe leído por ahí que en efecto todos son extranjeros, hace poco relativamente murió el último español muy viejito. Parece ser que sí se pueden visitar el monasterio, creo recordar que en el cartel de entrada ponía los miércoles y los sábados de 15:30 a 17:30, y que no podían entrar mujeres.